martes, enero 08, 2013

LA PRIMARIZACIÓN DE LA POLÍTICA. Nicolás Mena Letelier


Con cierta periodicidad, en nuestra sociedad, más específicamente entre aquellos que hacen de la política un oficio, se instalan ideas o conceptos que con mucha liviandad generan grandes consensos, no obstante los evidentes perjuicios que su implementación puede llegar a ocasionar.
Tras la primera vuelta de la elección presidencial pasada, Marco Enríquez Ominami instaló la idea de que en este país la política sería de mejor calidad si transitábamos desde el voto obligatorio al voluntario. Increíblemente, varios políticos del llamado “mundo progresista”, adscribieron a esta tesis liberal sin ninguna reflexión madura al respecto. En muy pocos días, de forma apresurada, sin tomar en cuenta la opinión del mundo académico y ante la desesperación por la eventualidad de una derrota presidencial, se logró un amplio consenso para modificar el artículo 15 de la Constitución y para transformar el sistema de inscripción en los registros electorales de voluntario en automático, materializando la reforma al sistema de votación más relevante desde el fin del voto censitario y la incorporación del derecho a voto de la mujer.

El voto voluntario tuvo su debut en la última elección municipal, y más allá de las opiniones de algunos liberales fanáticos, la mayor parte del mundo político e incluso de quienes votaron a favor de esta reforma, hoy están contestes en que el resultado fue un desastre. El dato duro es que tenemos Alcaldes y Concejales cuya legitimidad se encuentra sustentada por minorías, si se toma en consideración el total de habilitados para sufragar. Es decir, en vez de transitar a un sistema en que las autoridades representen a más ciudadanos, generamos el efecto contrario. Esto, en ningún sistema democrático es bueno y a la larga puede generar grandes trastornos en nuestro sistema de representación-
Ahora estamos asistiendo a la entronización de otro nuevo fetiche, que como el anterior, obedece a tendencias sin atacar al fondo del problema de la deslegitimación del sistema político. Me refiero a las primarias.
Estas son un mecanismo institucionalizado en Estados Unidos y están íntimamente ligadas a la tradición política norteamericana. Sus promotores las presentan en Chile como un mecanismo que nos va a permitir tener candidaturas más representativas y validadas por la ciudadanía, atenuando el pernicioso efecto del sistema electoral binominal y corrigiendo las arbitrariedades en la toma de decisiones de los partidos políticos. En la Concertación ya tienen trayectoria, fueron utilizadas bajo distintos sistemas para la selección del candidato presidencial en 1993, 1999 y 2009, y en la derecha, debutarán próximamente conjuntamente con la implementación de una ley que las institucionaliza.
Entrando al fondo del asunto, tenemos que decir que en la política moderna se conocen tres sistemas para seleccionar candidaturas: la negociación política, los instrumentos de selección como las encuestas o focus groups, y las primarias. Todos estos sistemas son legítimos, todos tienes sus costos y beneficios, y algunos pueden ser más útiles que otros para la consecución de los fines que se han propuesto los partidos políticos. Pero en ningún caso existe un mecanismo que utilizado como fin en sí mismo permita corregir las fallas del sistema político y menos aún, erigirse como método dotado de una autoridad moral que lo haga más legítimo y democrático que los otros.
Las primarias voluntarias – no pueden ser de otro modo – se justifican cuando dentro de un Partido Político o una agrupación de estos, existen liderazgos de mucha representatividad o  apoyo popular que hace muy difícil la selección del candidato. De no estar motivadas por este propósito, las primarias persiguen objetivos de tipo político y no de selección.
Esto último es lo que se ha vendió dando el último tiempo en nuestro país. Las primarias se han constituido en un procedimiento que se justifica, no como mecanismo de selección de liderazgos o contraste de ideas, sino que como “rito político”.
A mi juicio, esto constituye un exceso que denota falta de liderazgo y visión de los principales actores políticos. En un sistema democrático estructurado en base a partidos políticos, son estos los llamados a promover liderazgos y zanjar candidaturas. La principal consecuencia de esta “primarización” de la política, es que los partidos se desligan de una función consustancial a su esencia, cual es la selección de candidaturas, transitando a un modelo desvirtuado de democracia directa, en donde no existe ningún sistema de filtro ni de promoción que permita darles coherencias a los liderazgos. De esta forma, los partidos pierden parte importante de su razón de existir y se termina traspasando a la ciudadanía la selección de las candidaturas.
Con esto, se distorsiona completamente el sistema democrático en base a partidos políticos. Por de pronto, es una falacia el que las primarias sean un mecanismo que se justifique siempre - cualquiera sea el contexto y la realidad política -, y que éstas sean garantía de legitimidad ciudadana. La práctica indica que en muchos casos las candidaturas vencedoras en las elecciones primarias son aquellas que cuentan con una mayor red clientelar, con mayor capacidad de movilización de sus adherentes y principalmente con más recursos, en un universo extremadamente reducido de participación, en donde no vota más del 2% o 3 % del padrón, quitándole toda representatividad al resultado. No se eligen a los mejores candidatos, sino a quienes mejores conocen y articulan la “maquina”.
Pero lo más grave es que esta instauración de las primarias presentadas como panacea puede terminar por postergar indefinidamente la solución a los problemas endémicos del sistema democrático instaurado en la Constitución de 1980, principalmente el referente al sistema electoral que impide la competencia y perpetúa el empate entre dos bloques. Las razones para optar a ojos cerrados por las primarias, varían dependiendo del sector político de que se trate. En el caso de la  Concertación, este conglomerado está rehén de este mecanismo más que nada por un complejo de culpa que se instaló tras el desastre de las primarias del 2009. En la derecha en cambio, se las ve como un mal menor, ya que estableciéndolas como un sistema institucionalizado se deja tranquilos a quienes bogan por mayor competitividad, manteniendo incólume el sistema electoral binominal bajo el pretexto de que éste será más atenuado. En resumen, todo sigue igual.
Así entonces, una vez más se vuelven a prorrogar las verdaderas reformas de fondo que nuestro sistema político requiere para mejorar su calidad y representatividad, las que a mi juicio son esencialmente tres: el cambio del sistema binominal por uno proporcional, el financiamiento público permanente de los partidos políticos, y restablecer el sistema de voto obligatorio manteniendo la inscripción automática en los registros electorales. A ello se suman otras reformas complementarias, como el voto de los chilenos residentes en el extranjero, una nueva ley de Partidos Políticos que haga exigible una verdadera democracia interna en estos, y la introducción urgente de educación cívica como asignatura obligatoria en los colegios. Sin la implementación de estas medidas, nuestra democracia seguirá enferma, con baja participación y poca legitimidad, no obstante se seleccionen las candidaturas a Presidente de Junta de Vecinos mediante primarias.