miércoles, diciembre 05, 2012

La DC, el PC y la gobernabilidad futura. BELISARIO VELASCO


No ha sido el Partido Comunista quien ha puesto el tema sobre la mesa. Tampoco ha sido el Partido Demócrata Cristiano, que aún no ha fijado su posición frente al asunto. Quienes han creído oportuno ajustar el itinerario trazado por la colectividad, y concordado con la oposición, a la cuestión de la participación de los comunistas en un futuro gobierno, han sido algunos dirigentes del partido, entre ellos, su presidente, el senador Ignacio Walker. Aunque mis camaradas tienen el legítimo derecho a opinar, y también el deber de escuchar a quienes piensan distinto, han generado una dura controversia, de la cual hay que hacerse cargo. Ello, porque la polémica abierta ha suscitado una serie de recriminaciones que no se compadece con el proceso político seguido y que, en ocasiones, ha carecido de referentes en la realidad. Por un principio de tolerancia, debemos cuidar que la historia no se convierta en mitos, los mitos en dogmas de fe, y los dogmas en vetos.


La participación de los comunistas en el gobierno es una opción política y, en consecuencia, una decisión con plazos y metas definidos y acotados. El alcance de un pacto de coalición es infinitamente más limitado que la envergadura de una conciliación ideológica semejante al compromiso histórico que, en un momento de grave crisis institucional, se propuso en Italia entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista. Un pacto de coalición busca asegurar la estabilidad de un gobierno de mayoría para realizar un programa político de cuatro años. Por cierto, esto no significa la inexistencia de valores compartidos entre ambas colectividades. Los democratacristianos podemos coincidir con los comunistas en torno a los valores fundamentales que emanan de su declaración de principios, por ejemplo, la búsqueda del progreso social y económico, la adhesión al régimen democrático, la vigencia de los derechos humanos, y el respeto por las minorías étnicas. Pero es probable que, más allá de los muros de la academia, no consigamos conciliar nuestra identidad personalista comunitaria con el proyecto comunista de una sociedad socialista. No, al menos, bajo las circunstancias en que actualmente se desenvuelve el debate ideológico. Sin embargo, esto no debiera impedir la búsqueda de un pacto de gobierno, como no ha impedido nuestro acercamiento político al Partido Socialista, no obstante éste profesar el pensamiento marxista, todavía alejado de nuestras convicciones doctrinarias. Entendemos que se trata de planos distintos que marcan la diferencia entre una práctica democrática y una sobre-ideologización de la acción política.
La participación de los comunistas en el gobierno no está reñida con el curso seguido por la Concertación. Desde sus orígenes, la Concertación ha sido una coalición de gobierno a cuyo paso ha ido dejando valiosas conquistas para la paz, la libertad y la justicia en Chile. En este proceso gradual, y por eso, reformador, ella misma ha experimentado sucesivas mudanzas. Desde luego, la Concertación de hoy, no es la misma de los años ochenta. Entonces fue concebida —y en esto tuvo una influencia decisiva el talante de Edgardo Boeninger, que le imprimió el sello de la eficacia y el pragmatismo— como un instrumento temporal para enfrentar la elección de 1989. La conformaban 17 partidos, algunos de los cuales se cohesionaron, otros desaparecieron, y unos últimos, hasta hace poco, la abandonaron. A menudo se olvida que confluyeron en ella cinco partidos socialistas, dos vertientes radicales, tres colectividades de derecha, los dos MAPU, los verdes y los humanistas, y la Izquierda Cristiana. Difícilmente un arco tan amplio de fuerzas pudo haber abrigado la visión estratégica de mediano y largo plazo que hoy se le pretende atribuir. Habría que agregar que, con la sola excepción de Eduardo Frei, que ganó holgadamente en 1993, siempre los votos comunistas contribuyeron a incrementar la adhesión de los candidatos presidenciales de la Concertación. Quien afirme que los votos comunistas son neutros, queriendo demostrar con ello que lo que suman por la izquierda lo restan por la derecha, ignoran que las elecciones se ganan en segunda vuelta. La Concertación debe ampliar, no disminuir, su implantación ciudadana. Querer reducirla al pacto entre la Democracia Cristiana y el Partido Socialista, es regresarla a la llamada coalición chica y, de este modo, renunciar a la formación de un gobierno de mayoría.

La participación de los comunistas en el gobierno deriva de convergencias progresivas que no tienen precedentes en la larga trayectoria de la Concertación. Una de estas concurrencias fue el acuerdo de 2009, que permitió a los comunistas abandonar la arena extraparlamentaria al elegir por primera vez diputados y, a los partidos de la Concertación, fortalecer su representación en el Congreso. Otra fue el acuerdo de 2012, que aseguró el éxito de la oposición, y la conquista de decenas de alcaldías ahora gobernadas por democratacristianos. Pero, las más significativas, son los acuerdos programáticos en materia de educación superior, sistema tributario y régimen municipal, que vienen a establecer bases sólidas para la gobernabilidad futura. Lo mismo debiera ocurrir con la política internacional y de derechos humanos, áreas que despiertan las más agudas sospechas sobre la eventual actuación del Partido Comunista, pero en cuyo manejo, hay que subrayarlo, los Presidentes de la República jamás han resignado sus prerrogativas, incluso al precio de costos políticos para los partidos, como el sufrido por la Democracia Cristiana con la renuncia de Claudio Huepe al cargo de embajador de Chile en Venezuela. Evento que, además, puso de relieve las distintas visiones que puede contener una coalición a la hora de juzgar un régimen político y su observancia de los derechos humanos. En Chile, no fueron precisamente comunistas ni socialistas, quienes desde el gobierno, implementaron políticas de Estado que violaron sistemáticamente los derechos humanos. Por el contrario, durante la dictadura militar de derecha, fueron ellos las víctimas de la persecución, la tortura y el asesinato. Y muchos democratacristianos fuimos también atacados violentamente por defender los derechos de estos chilenos.

Si la Concertación ha logrado superar los gobiernos de minoría, la desatención de la demanda social, y la exclusión de los comunistas, los tres problemas históricos de la política chilena, no hay motivo para seguir practicando el asimétrico trato de colaborador tácito que se le ha dispensado al Partido Comunista.