martes, septiembre 25, 2012

LOS CHILENITOS. Andres Rojo


Los chilenitos no son los pasteles típicos de La Ligua o de Curacaví.  No.  Los chilenitos son esos personajes que viven en masa en una ciudad que se levantó en un hoyo entre los cerros, que se trasladan en masa fuera de Santiago para, nuevamente en masa, dedicar un feriado larguísimo a comer y beber.   Son también los que creen que cuando se habla de ellos se habla de todos los chilenos, olvidándose que son tan chilenos como ellos las personas que viven fuera de Santiago y que no pueden circular por las carreteras en sentido inverso porque la masa santiaguina ha colapsado las rutas.

            Es imposible no decir al mismo tiempo que chilenitos son los que se miran a sí mismos en un atasco de varios kilómetros de extensión, en sus autos comprados a plazo que contaminan su propio hogar y se preguntan ¿Qué hemos hecho mal?


            La respuesta es muy sencilla: Lo que han hecho mal es ser demasiados y creer ciegamente en que tienen todos los derechos y ninguna de las responsabilidades.  Ninguna ciudad es capaz de soportar que todos sus habitantes tengan su auto propio, y menos cuando se trata de una urbe encerrada por cerros sin más que tres o cuatro salidas.

            La solución, obviamente, no pasa por repartir números, como en la fila de espera de un servicio público, para tener derecho a salir de paseo.   La solución pasa de manera inevitable por decisiones de fondo.   ¿Es el mercado por sí sólo capaz de resolver quiénes tienen derecho a tener vehículos y quiénes pueden transitar cómodamente por las carreteras?  Sí, pero la discriminación se hace por la vía del costo y eso no lo aceptarán los miles de santiaguinos que creen merecerse la comodidad de un auto.

            ¿Puede el Estado definir quiénes pueden tener autos y circular libremente? Tampoco, porque no se puede coartar el derecho de las personas a comprar lo que desee y a salir de paseo.

            No es fácil encontrar una solución, pero es imprescindible comenzar a buscar un remedio, partiendo por la constatación de que en Santiago no cabe mucha más gente.  La cantidad de farmacias vendiendo ansiolíticos, el nivel de stress confirman que se puede vivir en la capital, pero es difícil pensar en vivir bien, es decir en paz, con seguridad y tranquilidad.   La escala humana se perdió hace mucho tiempo, posiblemente cuando se flexibilizaron por primera vez los límites urbanos.

            El otro paradigma que se debe tener en cuenta para cualquier solución es que Santiago no es Chile ni puede concentrar los recursos de todo el país para resolver las cosas que le han salido mal a la capital.