jueves, junio 07, 2012

Cómo sacar bien las cuentas. Cristián Warnken


El rey Juan Carlos de España recibió ayer de las manos del director de este diario el primer ejemplar de la reedición casi facsimilar de la "Histórica Relación del Reyno de Chile", de Alonso de Ovalle. Escrito en el siglo XVII por uno de esos primeros chilenos que nacieron y fueron criados en un país todavía auroral y virgen, es el primer registro sistemático de nuestra geografía, de nuestra flora y fauna, de nuestra historia. Ahí son nombrados por primera vez pájaros, frutos, árboles y cordilleras. En él están los gérmenes de una incipiente botánica, zoología y geografía de Chile.


Alonso de Ovalle cuenta Chile a los europeos que ni siquiera sabían de esta lejanía (de este finis terrae ), pero a veces parece también cantarlo. Y en ese sentido es, tal vez, nuestro primer poeta involuntario, el primero de una larga serie de poetas que han nombrado las cosas y los seres de Chile por primera vez. Porque eso es la poesía: ver y bautizar las cosas por primera vez. Y en esa actividad (la de poetizar) no hemos sido precarios, ni "a medias".
Alonso de Ovalle, cuando se acerca a las materias, parece preparar el camino a Neruda, Mistral, Teillier, Zurita y tantos otros que han vivido el deslumbramiento y hallazgo ante nuestro paisaje, ese que llevó a Nicanor Parra a decir que creemos ser país, pero somos apenas paisaje. Pero no somos "apenas" paisaje. Somos a cabalidad, a plenitud paisaje. Nuestra geografía nos marca a sangre y fuego por dentro, lo más auténtico de nuestro ser lleva la impronta de nuestros glaciares, de nuestros ríos y el canto de nuestros pájaros. Por eso es tan importante nombrar, conocer el nombre propio de árboles, flores y fauna.

Alonso de Ovalle lo hizo con delicadeza, amor y nostalgia, pues no alcanzó a regresar a la tierra de la que había hecho quizá la primera "relación" y revelación. "Sólo conoce Chile el que lo ha perdido", dijo otro jesuita, Lacunza, desde su exilio en Bolonia, el mismo que antes de morir pidió -delirando- le dieran de beber agua de cordillera chilena. Nos haría bien a todos los chilenos del siglo XXI leer a Ovalle.

La única manera de no perder este paraíso que habitamos sin saberlo es conociéndolo, para amarlo, para despertar de la modorra y la inconsciencia de lo propio, que tiene tan devastadores efectos. Eso pasa por cambiar en primer lugar los estados de ánimo hoy dominantes en el país. Hace falta que algo de este amor fundacional de Ovalle por Chile nos vuelva a traspasar, que esa delicadeza y cuidado por el ser de las cosas inspire a los que toman decisiones estratégicas, que la "visión" gratuita de Chile sea más fuerte que la ambición y el mezquino cálculo, que el espíritu científico y poético (tan característicos del autor de la "Relación...") brille más que el espíritu folletinesco o de farándula hoy imperantes.

Ser lejanía puede ser hoy una posibilidad para un país como Chile, en el contexto de un mundo globalizado, amenazado por crisis estructurales profundas. Si para un chileno del siglo XVII, como Ovalle, el propósito de escribir esta "Relación" era reducir la lejanía de Chile de la metrópolis, era porque la lejanía era entonces aislamiento. Hoy nuestra lejanía puede ser refugio. No estoy propugnando una autarquía ni un chauvinismo autista. Creo que debemos volver a escuchar, ver, tocar, sentir nuestra luz, nuestra atmósfera, internarnos en el corazón de nuestros bosques, alcanzar nuestras propias cumbres.

"Poéticamente habita el hombre sobre la tierra"-dijo una vez el poeta alemán Hölderlin-. Poéticamente debiera habitar el chileno su propia tierra. Que nuestra propia "Relación..." de Chile sea más que un mero censo, un PIB, o un conteo de votos o una encuesta.

Para que nuestras cuentas sean alegres, como la alegría prístina, inocente de Alonso de Ovalle, este niño chileno del siglo XVII, que nació y se crió con este aire, hoy ya no tan limpio como entonces.