martes, mayo 15, 2012

A propósito de Canal 13. Andres Rojo.


  El revuelo provocado por la decisión de Canal 13 de no emitir la segunda parte de un reportaje que buscaba denunciar las discriminaciones en nuestra sociedad fue grande, pero ha estado rodeado también de muchas hipocresías, como es natural en un país en el que a los hoyos en la calle se les llama eventos y a la gente de extrema pobreza se les llama personas en situación de calle.

            Seamos sinceros: A nadie le gustaría que, mediante engaños y cámaras ocultas, se publicara una opinión que es privada.   Cuando un periodista pide nuestra opinión, asumimos que se nos consulta como una fuente de información y se actúa con la debida responsabilidad.   Así como todos tenemos el derecho a la libertad de expresión tenemos también el derecho al respeto de nuestra imagen.   Si se nos pide un comentario o una declaración tenemos tanto el derecho a negarnos como el de que nuestras palabras sean reproducidas con fidelidad.


            Seamos sinceros: Muchos sostenemos una opinión en privado y otra en público porque nos damos cuenta perfectamente que hay cosas que no se deben decir públicamente, pero eso no quita nuestro derecho a pensar lo que queramos, por estúpido que sea.   El asunto es tener filtro.   Digamos también que, aunque vivamos en una democracia formal, las opiniones de algunos valen más que las de otros.   Eso es una discriminación aún mayor que la que viven las nanas porque nos afecta a todos.

            Seamos sinceros: Ni canal 13 ni ninguno de los demás canales le pertenecen al pueblo.  Televisión Nacional es un canal público pero autónomo y depende más de su directorio que de la voluntad ciudadana.   En ese sentido, Canal 13 es dueño y soberano de emitir o no emitir lo que quiera, sin deberle explicaciones más que a sus accionistas y al rating.   A la hora de ejercer nuestra libertad de elección, son más los que prefieren los traseros y las tetas que los que se quedan viendo un documental sobre las pirámides egipcias.

            Hay que decirlo también: La libertad de cambiar de canal si a uno no le gustan los contenidos de una estación es bastante limitada, porque la flojera de nuestros directivos y creativos y el afán por conseguir audiencia que garantice la publicidad determina que la programación esté bastante uniformada.  Incluso los que pueden pagar la parrilla programática del cable se encuentran con largos momentos del día en los que no hay mucho que ver.

            También es necesario recordar que los periodistas NO son dueños de los medios en los que trabajan ni son autónomos.  Al que no le guste la línea editorial del medio en el que presta servicios, tiene toda la libertad de irse… si encuentra trabajo en otro lado por supuesto.

            Habría que asumir una decisión colectiva como sociedad para inyectar los fondos necesarios para mejorar la calidad de la televisión, obteniendo a cambio un mayor control sobre sus contenidos, pero por ahora lo único que existe es la multa a los programas que ocasionen el malestar ciudadano, que siempre será menor al dinero que generan los 30 segundos de las salchichas.