lunes, abril 23, 2012

Aliados sin amistad. Andres Rojo.


  No dejan de ser curiosas las reacciones al anuncio DC-PS de llevar candidatos comunes a la Presidencia y a las parlamentarias, que es a su vez una reacción al anuncio PPD-PRSD-PC de llevar candidatos comunes a las municipales, si en realidad estos acuerdos no son pruebas de amistad sino simples negocios, desarrollados en el ámbito de la política.

            Desde que existe el sistema binominal, es obligatorio realizar este tipo de negociaciones para asegurar la mayoría.   Antes del binominal también se hacían, pero no era imprescindible hacerlos antes de las elecciones, por lo que se podría decir que hemos ganado en transparencia.


            De todos modos, es evidente que se trata de un pacto electoral y no político, porque ni la DC ni el PS comparten parte sustancial de su doctrina ni lo hacen el PPD y el PR con el PC:   No hay que suponer más de lo que es: Un negocio para ser competitivos en el sistema electoral.

            Lo mismo se puede decir de RN y la UDI.   Es difícil sostener, y más aún habiendo transcurrido más de la mitad del gobierno que apoyan, que sean partidos amigos.   No lo son.   Se han puesto de acuerdo para hacer un negocio, que no es otro que alcanzar el poder, y hay que reconocer que lo lograron, a diferencia de una Concertación que se juraba lealtades y amistades pero no pudo mantener el apoyo del electorado.

            No hay que confundir negocios con amistad ni mucho menos con un amor verdadero y sincero.   Estas uniones son intrínsecamente por conveniencia y es previsible que cuando se acabe el interés se termine también el acuerdo y no habría por qué sorprenderse.   Es perfectamente legítimo, en la medida que nadie ha sido engañado.

            Lo que sí es distinto es que la Concertación durante la primera parte de su existencia sí tenía un propósito que iba más allá de lo puramente electoral.   Se trataba de recuperar la democracia, derrotar a una dictadura por medio del voto y no de las armas, luego de consolidar ese sistema político y finalmente avanzar en un mayor equilibrio social con un conjunto de políticas destinadas a los grupos más débiles y marginados y cuya validez fue reconocida por el actual gobierno que, en lugar de desmantelarlas, las mantuvo.

            Pareciera que mientras existió ese sentido ético en el ejercicio de la política -o al menos la ilusión de que hubiera un propósito superior- eran perdonables los acuerdos netamente electorales, pero al perderse esa orientación ya la desnudez propia del negocio resultara inexcusable.   Ahora que las cosas son claras, lo único que no se puede perdonar es que el negocio no resulte.