miércoles, octubre 26, 2011

SE BUSCA A.... Andres Rojo.


A propósito de los hechos de esta semana, en que en el Senado se amenaza con una censura al Presidente que no pidió la intervención de la policía para desalojar a un grupo de manifestantes, mientras en la Cámara de Diputados se amenaza con una censura al Presidente que sí pidió la intervención de la policía para desalojar a otro grupo de manifestantes, siempre resulta útil recordar la historia y analizar la experiencia de otras naciones.

            La elección presidencial en Francia de 1981 carecía de especial interés y se preveía desde el principio que los dos principales competidores serían Valéry Giscard d'Estaing, que buscaba reelegirse por un nuevo período de ocho años, y el socialista François Mitterrand, que sería finalmente el electo con un margen de poco más de tres puntos a pesar que en la primera vuelta quedó segundo en un resultado también muy estrecho, con 28 % para el presidente y 25 para su rival.


            El verdadero condimento de esa elección fue la aparición del deslenguado cómico Coluche (Michel Colucci), quien con sólo anunciar su candidatura presidencial alcanzó el 16 por ciento en las encuestas.   El discurso del humorista era el mismo que contenían sus rutinas.   Sátiras a los principales líderes, la situación política del país y el uso de múltiples garabatos para expresar su opinión, tal como seguramente lo hace en todo el mundo la gente de a pie, pero lo que no estaba previsto es que uno de cada seis votantes lo tomara en serio.  Empezar una campaña con 16 puntos cuando los dos seleccionados para la segunda vuelta no sobrepasaron el 30 % era un riesgo real para los políticos tradicionales.

            Evidentemente, Coluche no tenía un programa de gobierno ni apoyo de los partidos, pero sí supo interpretar el malestar ciudadano, tras las crisis petroleras de los ‘70s y un escándalo mal resuelto por Giscard, respecto a un regalo de diamantes.

            En momentos en los que la última encuesta Adimark da un 28 % de aprobación a la alianza gobernante y un magro 17 para la Concertación, con un amplio respaldo a las reivindicaciones estudiantiles que siguen sin resolver tras cinco meses, parece estar preparado el terreno para que cualquier actor ajeno a la estructura tradicional de los partidos asome en el escenario y, replicando lo hecho por Coluche en la Francia de comienzos de los 80’s, remezca la política y ponga en duda la capacidad de los partidos para interpretar a la ciudadanía.

            Por definición, el sistema político chileno sigue el modelo de la democracia representativa, pero en ninguna norma se dice que quien represente la voluntad ciudadana deba ser integrante del club de los partidos, de manera que cualquier persona con arraigo popular podría lanzarse a la contienda del 2014 prometiendo educación gratis, respeto a los derechos de los consumidores y dos o tres cosas más, y los partidos correrían el riesgo de quedar desplazados de la atención pública y, eventualmente, de las preferencias de los votantes.

            Hasta el momento, las encuestas incluyen solamente a las figuras tradicionales, ¿pero qué ocurriría si aparece un postulante atípico, en un país que claramente está cansado de la política?   ¿Tendrán estos políticos que no parecen querer reaccionar a los reclamos ciudadanos la capacidad para adecuarse a un peligro desconocido?