SE BUSCA A.... Andres Rojo.
A
propósito de los hechos de esta semana, en que en el Senado se amenaza con una
censura al Presidente que no pidió la intervención de la policía para desalojar
a un grupo de manifestantes, mientras en la Cámara de Diputados se amenaza con
una censura al Presidente que sí pidió la intervención de la policía para
desalojar a otro grupo de manifestantes, siempre resulta útil recordar la
historia y analizar la experiencia de otras naciones.
La elección presidencial en Francia
de 1981 carecía de especial interés y se preveía desde el principio que los dos
principales competidores serían Valéry Giscard d'Estaing, que buscaba
reelegirse por un nuevo período de ocho años, y el socialista François
Mitterrand, que sería finalmente el electo con un margen de poco más de tres
puntos a pesar que en la primera vuelta quedó segundo en un resultado también
muy estrecho, con 28 % para el presidente y 25 para su rival.
El verdadero condimento de esa
elección fue la aparición del deslenguado cómico Coluche (Michel Colucci),
quien con sólo anunciar su candidatura presidencial alcanzó el 16 por ciento en
las encuestas. El discurso del
humorista era el mismo que contenían sus rutinas. Sátiras a los principales líderes, la
situación política del país y el uso de múltiples garabatos para expresar su
opinión, tal como seguramente lo hace en todo el mundo la gente de a pie, pero
lo que no estaba previsto es que uno de cada seis votantes lo tomara en
serio. Empezar una campaña con 16 puntos
cuando los dos seleccionados para la segunda vuelta no sobrepasaron el 30 % era
un riesgo real para los políticos tradicionales.
Evidentemente, Coluche no tenía un
programa de gobierno ni apoyo de los partidos, pero sí supo interpretar el
malestar ciudadano, tras las crisis petroleras de los ‘70s y un escándalo mal
resuelto por Giscard, respecto a un regalo de diamantes.
En momentos en los que la última
encuesta Adimark da un 28 % de aprobación a la alianza gobernante y un magro 17
para la Concertación, con un amplio respaldo a las reivindicaciones
estudiantiles que siguen sin resolver tras cinco meses, parece estar preparado
el terreno para que cualquier actor ajeno a la estructura tradicional de los
partidos asome en el escenario y, replicando lo hecho por Coluche en la Francia
de comienzos de los 80’s, remezca la política y ponga en duda la capacidad de
los partidos para interpretar a la ciudadanía.
Por definición, el sistema político
chileno sigue el modelo de la democracia representativa, pero en ninguna norma
se dice que quien represente la voluntad ciudadana deba ser integrante del club
de los partidos, de manera que cualquier persona con arraigo popular podría
lanzarse a la contienda del 2014 prometiendo educación gratis, respeto a los
derechos de los consumidores y dos o tres cosas más, y los partidos correrían
el riesgo de quedar desplazados de la atención pública y, eventualmente, de las
preferencias de los votantes.
Hasta el momento, las encuestas
incluyen solamente a las figuras tradicionales, ¿pero qué ocurriría si aparece
un postulante atípico, en un país que claramente está cansado de la
política? ¿Tendrán estos políticos que
no parecen querer reaccionar a los reclamos ciudadanos la capacidad para adecuarse
a un peligro desconocido?
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