lunes, agosto 22, 2011

PARTIDOS POLÍTICOS: SÁLVESE QUIEN PUEDA. Andres Rojo


   Nadie pone en cuestión que los partidos políticos jugaron un rol central en los procesos a través de los cuales los países establecieron sus distintos sistemas de gobierno, a partir del siglo XIX, cuando el declive de las monarquías que imperaron durante los mil años del medioevo abrieron la necesidad de buscar nuevas formas de organización social.

            Los partidos cumplen tres roles básicamente, ninguno de los cuales parece estar ya en vigencia.  Primero, contribuyen al ordenamiento institucional de las sociedades, lo que concluyó con la adhesión de la mayoría de las naciones a la democracia en sus distintas modalidades.   Segundo, y en este punto la discusión ya es más delicada, son los que imponen desde el Gobierno el ordenamiento político, económico y social de las naciones de acuerdo a un conjunto determinado de nociones en los distintos ámbitos que, integrados en un cuerpo organizado de pensamiento, representan lo que se conoce como ideología.

            Se podrá discutir si la caída del muro de Berlín y de los socialismos reales significaron el triunfo del capitalismo o si la inminente quiebra de Estados Unidos significa a su vez la derrota del capitalismo, pero lo que no se puede discutir es que el predominio de la globalización en las relaciones políticas y económicas entre naciones y personas, los avances en las comunicaciones y su impacto en la participación política, se encaminan en la tendencia de hacer irrelevantes las ideologías.

            Hoy la ciudadanía espera y exige soluciones sin fijarse en las ideologías como factor principal, sino en la necesidad de que imperen la justicia y la equidad, y frente a cada nuevo problema demanda reacciones específicas.  La existencia de partidos que dan el mismo tipo de respuesta a cada exigencia ciudadana, ya que reaccionan desde su ideología, aparece entonces como un elefante ciego tratando de encontrar la salida en una cristalería.

            La gente ya no espera de los partidos la reacción que puede provocar mediante su propia participación y movilización.  Si se queda esperando que un partido se dé cuenta de la existencia de los problemas que nacen todos los días en la sociedad, lo más probable es que se acumulen la frustración y la impaciencia.  Es eso, más que la corrupción o la indolencia, la causa del descrédito de los partidos políticos.  Siempre los políticos han aprovechado el poder para su beneficio, pero ahora se entiende que además ni siquiera escuchan a la ciudadanía y, por ende, no parecen capaces de resolver nada, y esto deja por el suelo la tercera función de los partidos, que es la de articular los diferentes y legítimos intereses coexistentes al interior de la sociedad para buscar los acuerdos necesarios y, por medio del consenso, satisfacer a las distintas partes en conflicto.

            Ni hablar de la posibilidad de que los partidos logren ordenar a la opinión ciudadana en respaldo a sus propios proyectos, ya que cada vez más la gente no logra percibir la diferencia en los programas de gobierno de los distintos partidos y si vota por alguno es simplemente porque hay que votar por alguien.

            En estas condiciones, es esperable que con creciente frecuencia la propia gente organice movimientos orientados a conseguir respuestas frente a necesidades específicas, renunciando a la pesada institucionalidad de los partidos como fórmula de organización.

            En Chile, los díscolos fueron la primera señal de que, dentro de los propios partidos de la Concertación entonces gobernante, había quienes se empezaban a inquietar por la incapacidad de sus colectividades para sintonizarse con la gente.  Luego, el fenómeno se comenzó a extender entre los partidos de la Derecha y ahora, con la demanda por un plebiscito, el mensaje para todos los partidos es claro: No sirven simplemente y quienes tienen una real inquietud por los asuntos públicos tienen todo el derecho de tratar de actuar por vías alternativas a los partidos.