domingo, julio 17, 2011

EL PRINCIPIO DEL FUSIBLE. Andres Rojo.

Uno de los elementos básicos para cualquier gobierno es contar con funcionarios desechables, de manera que cualquier error en las políticas implementadas pueda ser anulado por el expediente de despedir a quien pueda cargar con la responsabilidad e incorporar a algún nuevo personaje que represente la decisión de cambiar y de adoptar una nueva política.  Es como cambiar los fusibles, que seguramente ya no existen en la mayoría de las viviendas, por lo que en estos tiempos el símil más exacto viene a ser el reemplazo de la ampolleta quemada.


            El drama del Gobierno de Sebastián Piñera es que su disposición a asumir la responsabilidad de todas las tareas asumidas, convencido de que podría cosechar la gloria de todos sus triunfos, significó renunciar al principio del fusible y ahora, cuando los rumores aseguran un inminente cambio de gabinete, se hace más difícil hacer creer a la gente que los nuevos rostros significarán un verdadero cambio en las políticas impulsadas por el Ejecutivo.

            En los primeros meses tras la recuperación de la democracia, en 1990, un grupo transversal de parlamentarios, incluyendo gente del sector del entonces senador Piñera, planteó la idea de impulsar la transformación del sistema presidencialista exacerbado que se impuso en la Constitución de 1980 aún vigente y avanzar hacia un sistema semi parlamentario en el que la iniciativa para proponer leyes estuviera distribuída de forma más equitativa entre el Ejecutivo y el Legislativo, pero la propuesta no avanzó porque siempre es más atractivo concentrar el poder que compartirlo.

            En esa época no se planteó directamente, pero la ventaja del sistema parlamentario es que facilita el cambio de los fusibles porque el Gobierno es ejercido sólo por la coalición que mantiene la mayoría parlamentaria.   Si a eso se hubiera agregado que los parlamentarios que dejan sus cargos tengan que ser reemplazados por una elección popular, es posible que esa flexibilidad hubiera ayudado a que la ciudadanía se sintiera más cómoda con sus representantes y que las coaliciones partidistas hubieran estado más atentas a interpretar la voluntad popular, pero nada de eso ocurrió porque se prefirió mantener un modelo político imperfecto que aseguraba a la clase política el acceso al poder.

            En resumen, hay dos tareas pendientes:  Por un lado, asumir los cambios de política que se requieran como una tarea del Presidente y no de sus ministros, sin perjuicio de los reemplazos necesarios; y por el otro lado, ya en el largo plazo, establecer los mecanismos institucionales que permitan resolver las situaciones de conflicto sin que el conflicto en sí mismo paralice el conjunto de la labor de la política porque en estos momentos parece tratarse más de lograr la derrota política del adversario que de solucionar los problemas.  Para algo son los fusibles.