lunes, junio 20, 2011

Quis custodiet ipsos custodes?. Héctor Casanueva

(REPITO ESTE ARTÍCULO QUE SE PUEDE “EXTRAPOLAR” A…LA POLAR”)

Hace unos días nos enteramos que la calificadora de riesgos Standard & Poor´s envió una  “señal” sobre la economía de Estados Unidos, manteniendo su rating de deuda pero bajando la  perspectiva a negativa, lo que de inmediato hizo caer las principales bolsas del mundo, afectando  también al dólar. Lo hizo dando por supuesta una incapacidad de los congresistas para ponerse de ¿acuerdo con respecto al presupuesto federal en el 2013. En Europa, los gobiernos de España,  Portugal, Irlanda, Grecia, y otros que no se muestran tanto, pero que también están en la misma,  viven en la cuerda floja, atentos a lo que puedan decir las calificadoras sobre su deuda, la  solvencia, las perspectivas, y todo aquello que tenga que ver con la estabilidad económica y  financiera, incluidos los avatares políticos, como la reciente elección en Finlandia y su disputa con  el Reino Unido por la crisis de los bancos. 


Hace unas semanas, la ministra de economía española  debió dar latas explicaciones ante las dudas sembradas por “el mercado” -o sea, por sus  monitores- sobre la capacidad del país para sortear la crisis. Y un día sí y otro también, vemos en la TV a Merkel, Sarkozy, Cameron y otros líderes luchando con este quinto poder, que se sirve, además, del cuarto poder -la prensa- para difundir sus análisis.
  
Hay varias cosas que comentar sobre esto, a propósito del enorme poder que ejercen  actualmente dichas compañías, que parecen tener al mundo en sus manos. Una “señal”, o peor,  una “baja” decidida por ellas en la clasificación de la deuda soberana de un país -especialmente si  es uno de los grandes- hace caer las bolsas, siembra dudas y repercute en cosas concretas, como  las inversiones, el empleo, y otros efectos que llegan hasta hacer caer gobiernos, como de manera  indirecta ocurrió en Portugal e Irlanda.

¿Son las clasificadoras de riesgo los vigilantes globales del comportamiento de los  gobiernos? Y si eso es así,  Quis custodiet ipsos custodes? O sea, ¿Quién vigila al vigilante?,  pregunta fundamental de la gobernabilidad, ya planteada por Sócrates, según Platón.
  
En primer lugar, el vigilante debe ser “empoderado”, como se dice ahora, por quien lo  instituye como tal. ¿Quién empoderó a las clasificadoras? Yo, desde luego, no, a pesar que como  ciudadano tengo derechos y obligaciones con respecto a la gobernabilidad de mi país, y por  extensión, del sistema internacional. ¿Los gobiernos?, no me parece, porque se limitan a registrar  legalmente su existencia si cumplen con los procedimientos de derecho común al efecto. ¿El  Estado? Por ahí nos vamos acercando, pues las clasificadoras -o sea, los vigilantes- funcionan, o  deberían funcionar, según las leyes y reglas fijadas por los parlamentos y hechas cumplir por los  administradores públicos y, si se vulneran, sancionadas por el poder judicial. Es decir, que estos  entes que hemos apañado legalmente, operan conforme a leyes cuyos límites ha fijado el Estado. 

¿Pero, pueden tener tanto poder como el que ejercen, si respetan las leyes y regulaciones que el  Estado les ha impuesto? Cabe preguntarse entonces ¿Es suficiente la regulación por parte del  poder político estatal y del sistema internacional, o este también ha sido seducido ya sea  ideológica o materialmente? Vamos más allá entonces, porque así solo no se explica. ¿El mercado?

Parece que por ahí nos acercamos más al punto, ya que el capitalismo financiero Siglo XXI  -o sea,  el mercado del dinero globalizado- vive de la especulación, que como señala la Real Academia  significa, entre otras acepciones, “efectuar operaciones comerciales o financieras, con la esperanza  de obtener beneficios basados en las variaciones de los precios o de los cambios. Más tajante es mi ex profesor en la Universidad Politécnica de Madrid, Ramón Tamames, que en su Diccionario de  Economía (Alianza Editorial, 1992), señala:  “Alza del valor de las cosas que promueven los  vendedores aprovechando su escasez o sirviéndose de información confidencial en la bolsa, para  lograr el máximo beneficio propio, en muchos casos con el perjuicio de los terceros que padecen el  encarecimiento así generado”. ¿Suena familiar? Así es, hemos llegado a un punto  en que el  mercado, originalmente virtuoso en la concepción de Adam Smith, se ha transformado en un mal  asignador de recursos, costos y beneficios, al amparar a los “especuladores” bajo el paraguas de  una libre competencia que ya pasó de la producción e intercambio de bienes y servicios, hacia la  producción e intercambio de expectativas. ¿Cómo se transan bienes y servicios, y se establecen los  costos y precios? Es fácil saberlo.

 Pero no es fácil cuando se trata de vender expectativas, como es  el caso de la especulación financiera. Entonces el papel que cumple en el caso de bienes y servicios  la publicidad y el marketing, es reemplazado por los trascendidos, la “inside information”, o  directamente las conferencias de economistas taquilleros vinculados a las calificadoras. Y ahí está  el peligro, porque la opacidad de gabinetes y departamentos de estudio de estas compañías  -ya  hace tiempo cuestionados por estar generalmente integrados por jóvenes inexpertos, con grados  universitarios superlativos, que además son impunes ante sus errores- permite cualquier cosa. 

Miremos un solo ejemplo: la montaña rusa de los bonos de las economías europeas en los últimos  seis meses, que al ritmo de las calificadoras un día parecen en la bancarrota, y al siguiente con  notables mejorías. En la pasada, los avispados hacen pingües ganancias.  Quis custodiet ipsos custodes? preguntaba también el satírico romano Juvenal, a  propósito de quienes estaban al  cuidado de las mujeres, lamentando que los custodios se las arreglaran para aprovecharse de  ellas. ¿Algún parecido?