domingo, mayo 22, 2011

El humorista involuntario . Carlos Peña

Los pequeños deslices y los errores de apariencia insignificante muestran a veces más -mucho más- que los actos deliberados.
Es el caso del incidente acerca del uso de gases lacrimógenos. Luego que se insinuó que esos gases podían causar daños severos (abortos, nada menos), el ministro del Interior se apresuró a prohibir su uso. ¿Qué otra decisión -insinuó el ministro- tomaría un gobierno preocupado de la vida y la integridad de los ciudadanos? Mientras no hubiera evidencia científica acerca de los efectos que esos gases causaban en la salud de los manifestantes, no era sensato -dijo- usarlos. ¿Quién podría vivir tranquilo sabiendo que una vida humana, incluso inicial, estaba en peligro?

Si había dudas, era mejor abstenerse. Había que estar seguros -más allá de toda duda, dijo el ministro- de que los gases eran inocuos.
Los científicos que llamaron la atención acerca de la peligrosidad de esos gases estimaron en unos dos años el tiempo necesario para reunir la evidencia que, con notable escrúpulo y respeto por la vida, reclamaba el ministro. Apenas reunir la literatura -y evaluarla- tomaría meses. Si además de consultar la literatura se requería producir pruebas, el asunto, es seguro, demoraría años.

Pero no fue necesario esperar tanto.

Con la misma rapidez con la que prohibió los gases y empleando el mismo tono severo y levemente impostado, Rodrigo Hinzpeter decidió permitir su uso. El peligro -dijo- ya había pasado. Las dudas reflexivas que lo habían asaltado y mantenido insomne, afortunadamente se disiparon. En apenas tres días logró reunir una evidencia terminante que disipó sus escrúpulos. Los gases -lo sabe ahora el ministro con una certeza tan intensa como las dudas lacerantes que le impedían, apenas ayer, conciliar el sueño- sólo producen molestias triviales a la gente que se expone a ellos.

Tal cual.

Nada de esto es, por supuesto, muy serio. No fue serio prohibir el uso de gases lacrimógenos de la noche a la mañana. Tampoco lo es permitirlos al cabo de apenas setenta y dos horas. No fue serio aplaudir la primera medida. Tampoco es serio aplaudir la segunda.
¿Qué puede pasar para que un ministro del Interior actúe de manera tan torpe hasta casi convertirse en un humorista involuntario?
Los seres humanos, cuando actúan, procuran estar a la altura de la imagen que se han forjado de sí mismos. Esto es especialmente urgente en el caso de los políticos. Los políticos son -psicoanalíticamente hablando- casi siempre histéricos: tienen un amo imaginario (el electorado, la opinión pública, la ideología) y viven preguntándose una y otra vez qué quiere ese amo de ellos, qué comportamiento debe ser ejecutado para estar a la altura de ese Otro que el político no es capaz de ver; pero que no tiene dudas está siempre ahí.
La diferencia entre un gran político y uno apenas estándar está en la fisonomía de ese Amo imaginario que alimenta la pulsión que lo mueve a actuar. Los grandes políticos suelen tener ideas, puntos de vista más o menos sofisticados que les permiten racionalizar las demandas inmediatas de la gente, trascenderlas y así actuar más reflexivamente. Por eso, los grandes políticos viven esclavos de una pulsión, pero aparentan tener ideas autónomas con las que guiar a sus semejantes. Los políticos estándar, en cambio, no logran trascender lo que suponen son las demandas inmediatas de la gente y ceden sin mayor reflexión a ellas. Ésta es la razón de por qué este tipo de políticos parece empeñado nada más que en sacar aplausos (y en vez de eso suelen sacar risas).

El ministro Hinzpeter se ha propuesto ser un político estrictamente estándar.

¿De qué otra manera se explica que -con ese ademán severo que no hace más que acentuar el efecto irrisorio de sus actos- incurra en actitudes tan torpes como la de prohibir las bombas lacrimógenas para apenas al cabo de setenta y dos horas permitirlas, y hacer lo uno y lo otro usando el mismo tono absurdo de una revelación solemne?
Convertirse en humorista involuntario no es un buen destino para alguien que llegó al gobierno esgrimiendo para sí la imagen de Antonio Varas.