martes, enero 18, 2011

"LA NUEVA FORMA DE FORNICAR". LUIGI SALERNO Y ASOCIADO CLANDESTA

Cuenta la historia en el campo de Chile y sus sectores aledaños, que por allá por los años 90, se instaló en una ciudad, una casa lenocinio, nueva y reluciente, comandada por una señora, ya entrada en años (cabrona le llaman), acompañada por un bello ramillete de señoritas (putas les llaman), provenientes de todos los sectores de la sociedad; es así como, por ejemplo, llegaron citadinas de todos los sectores, algunas campesinas, una que otra "señorita" universitaria, hasta incluso, alguna de cierta alcurnia social, a la que por cierto, más que el dinero, le gustaba el sexo por el sexo, si le pagaban, mejor aún, total figurando como una de las más lindas y olorosas de la casa de remolienda, nunca le faltaba trabajo.

Pasaron los años y en esa casa de lenocinio, instalada, siendo la mejor del pueblo,  pasaron cuatro cabronas, las que con más o menos acierto, dirigieron la casa de remolienda, con un problema eso sí, las señoritas comenzaron a perder lozanía y a repetirse el plato, alguna que otra cara nueva, de vez en cuando y de cuando en vez. Sin embargo, a los clientes del negocio, esta situación le comenzó a parecer poco sostenible y cada año que pasaba, el negocio perdía adeptos y las chiquillas nuevas que habían llegado, rápidamente tomaban otros rumbos y se cambiaban de lenocinio o simplemente, comenzaban a ejercer la profesión más antigua del mundo, solitas, vendiendo su cuerpo y alma, al mejor postor.
Había una, que no obstante el paso de los años, destacaba por mantenerse fresca y siempre con un aire juvenil, la Colorina la llamaban, era buenaza para los negocios, las demás compañeras de sus inicios de correrías, comentaban entre ellas que hacia negocios fuera de la "casa matriz" y que como pizpireta que era, no dudaba en hacerlo guiños a cualquiera, total las cabronas de la casa de remolienda, estaban preocupadas de no perder el estatus del hogar que mantenía a tanta y tanta fémina. De vez en cuando llamaban al orden e incluso castigaban a las rebeldes, no obstante ello, cada vez surtían menos efectos esos llamados de atención. Era notable y notorio como los usuarios de la casa, ya no llegaban con el mismo entusiasmo y la misma, poco a poco se fue perdiendo la alcurnia, porque aunque ustedes no lo crean, las casas de remolienda, también tienen pedigrí.
Pasó lo que inexorablemente tenía que pasar, con el pasar de los años y el desgaste, los clientes comenzaron a tener otras ofertas, al comienzo de similares características  y ya en los últimos años, simplemente, a los ojos de los clientes, caras nuevas, con una forma muy atractiva, ofrecían "una nueva forma de fornicar".
Para que vamos a estar con cosas, habían caras desconocidas, niñas olorosas, en su mayoría blondas, con posturas nuevas y, lo más importante, existía, hambre de instalar una nueva casa de remolienda, que compitiera con la vieja y desgastada o mejor aún, comprarle la casa a la ultima cabrona de la mejor, pero más antigua casa del pueblo, que lo único que le preocupaba era mantenerse ella siempre linda y arregladita, en desmedro de todas las demás.
Se instaló la nueva casa, para que decir, como ello afectó a la antigua casa, se produjo un tremendo desbande, las niñas y las ya no tan niñas, se miraban entre ellas, se hacían desprecios y, las más osadas, simplemente cruzaban la acera y pedían trabajo en la nueva casa.
La nueva cabrona, feliz del éxito de su negocio, recibía a todas las nuevas allegadas, les hacía promesas de las más variadas índoles y a los clientes le prometía "el oro y el moro", nunca habrán visto, en la historia de esta ciudad, señalaba voz al viento, un mejor equipo de mujeres que las que hoy les ofrezco, ellas no solo saben de su materia, sino que no les roban a los clientes, ellas simplemente hacen negocios.
La nueva cabrona, en una movida, en principio brillante, miro a la desvencijada casa de remolienda de al frente y dio un paso extraordinariamente audaz, se fijó que en ella aun permanecía, aunque un poco distanciada de sus amigas de siempre, la chiquilla de buena familia, que aunque ya vieja, se mantenía, a punta de operaciones, tersa y lozana, colorina, canosa y atractiva, pero lo más importante, su contratación para la nueva casa, aparentemente representaba un golpe a la media moribunda casa vieja.
Al comienzo de la contratación, en la nueva casa todo era de maravillas para la Colorina, era tratada como princesa por la cabrona y algunas de sus cercanas, sin embargo, las nuevas chiquillas que nunca habían estado si siquiera cerca de la casa vieja, simplemente les parecía intolerable el trato que le dispensaban a esta nueva-vieja allegada.
Obviamente, la Colorina, tentada por el brillo de las luces y el aparente encantamiento en que tenía a la cabrona, como asilada vieja, comenzó a mostrar sus garras y de una u otra manera, intentó, tal cual lo había hecho, sin éxito, en su antigua casa, en postularse para cabrona jefa.
Soterradamente, la caras nuevas de la nueva casa, simplemente comenzaron a urdir todo tipo de tramas en su contra, ayudadas por el hecho de que ya vieja, la Colorina, había perdido el rumbo y el olfato, razón por la cual cada día que pasaba, las chiquillas nuevas la aislaban más y más y ella, tan sólo al final de la trama, se vino a dar cuenta.
Restablecido el orden en la nueva casa y ante la protesta de la chiquillas nuevas y ante la andanada de tonteras cometidas por la Colorina, ya vieja y destartalada, sumado a la pérdida de prestigio de la casa nueva, entre otras cosas, producido por que los clientes, rechazaban tener que relacionarse con alguien que les provocaba desconfianza, simplemente la regenta, fría y calculadora, como debe ser toda dama que se precie de tal, la expulsó de la casa, sin miramiento alguno.
La Colorina, de buena familia y con plata, producto de todos los negocios hechos a espaldas de las distintas regentas, se fue para la casa, no sin antes tratar de tirar el mantel y acusar ante su jefa,  que sus amigas, amigas por lo demás de antes que ella llegara, eran unas traidoras.
La experiencia una vez más indica, a la luz de la presente historia, que nosotras las putas también debemos ser dignas, que no es bueno cambiarse de casa así no más y que, pasada cierta edad, más bien vale la pena pensar en un digno retiro, que correr el riesgo de ser mancillada, por putas jóvenes que no trepidan en nada para aislarnos.
Total, retiradas dignamente, más de algún cliente antiguo nos recordará y capaz que hasta nos trate de ubicar para darnos todo tipo de satisfacciones. Lo demás es puro riesgo de indignidad