martes, junio 22, 2010

Quién me cuida de mis amigos . Eugenio Tironi

Las declaraciones de quien fuera por pocos días embajador en Buenos Aires, trivializando las consecuencias del régimen militar; las palabras posteriores de un ex ministro de ese régimen, comparando la conducta del Presidente Allende con la de Hitler; el triunfo del ala más conservadora en el partido del Presidente Piñera,
Renovación Nacional, y las resistencias que ha despertado en la coalición de gobierno el propósito del senador Allamand de activar lo que fue una promesa de campaña sobre la llamada “vida en común” han puesto de manifiesto algo que muchos se han esforzado por negar: la existencia de una derecha de corte conservador y autoritario, que precede con mucho a Pinochet y permanece viva después de su desaparición, pues está diseminada en todos los intersticios de la sociedad chilena.
Se trata de una derecha que siente llevar 20 años tragándose sus sentimientos y ocultando sus convicciones en aras de su sobrevivencia política, y que estima llegó el momento de librarse de esos frenos y expresarse con libertad.
Es comprensible. Ella ha vivido la democracia, desde 1990 en adelante, como un continuo repliegue del tipo de orden que “hizo grande” a Chile, y siente que con Piñera ha llegado la hora de poner marcha atrás. Estima que se ha perdido el sentido de autoridad, y que urge “volver a poner las cosas en su lugar”, no importa si ello menoscaba en algo la convivencia democrática. Cree que se han roto las jerarquías sociales, que cualquiera hace y dice lo que quiere, y que es indispensable reponer el “debido respeto”. Ve a la delincuencia como una amenaza resultante del exceso de tolerancia y de permisividad, y está por aplicar la “mano dura” a todos los niveles, aunque ello implique saltarse algunas reglas democráticas o algunos derechos de los delincuentes. En su fuero interno estima que la Concertación es una gigantesca pandilla de aprovechadores de los recursos del Estado, y está ahora por denunciarlos y desalojarlos sin contemplaciones. Está convencida de que la causa de los derechos humanos ha sido inventada o al menos manipulada por la izquierda para ocultar sus propias responsabilidades, y quisiera que el Gobierno reivindique ahora la otra memoria, la silenciada: la de todos aquellos que “nos salvaron del marxismo”.
Los resentimientos y aspiraciones acumulados por la derecha conservadora-autoritaria son muchos y recónditos, y ahora vuelven a ver la luz después de un forzado y prolongado silencio. Para ella, todo lo ocurrido desde 1990 hasta el 11 de marzo de 2010 es interpretado como un acercamiento paulatino a ese país insolente, agresivo y sin jerarquías que terminó con la entronización de Allende en 1970. Después de este “sismo espiritual” provocado por la Concertación —como lo ha planteado uno de sus más influyentes ideólogos—, la principal tarea del nuevo gobierno es la reposición de valores como los de orden, patria y familia. Esto está por delante, incluso, de la reconstrucción física del país después del sismo geológico del 27F.
Estas ideas son atractivas —como se está viendo— para muchos de los que eligieron a Sebastián Piñera, y que hoy miran desconcertados el curso continuista de su gobierno. Si al Presidente las encuestas le son esquivas, ellas tomarán nueva fuerza, y podría verse obligado a recurrir a los viejos tics y rencores de la derecha, lo que arrojaría al “piñerismo” al inventario de las buenas intenciones.
No es raro, por ende, que en los pasillos de La Moneda se escuche cada vez más ese viejo adagio: “Quién me cuida de mis amigos, porque de mis enemigos me encargo yo”.