domingo, febrero 14, 2010

El gabinete del retail . Carlos Peña

La expresión “poderes fácticos” la usó Allamand, en los noventa, para aludir a la influencia desmedida de los grupos empresariales en la política. Ese tipo de poderes, dijo, dañan a los partidos y finalmente a la democracia ¿Para qué dedicarse a la política si, a la hora de administrar el estado, importan más los servicios prestados a los grupos económicos, y las redes de confianza establecidas con ellos, que la lealtad a los proyectos partidarios?
Los temores que entonces planteó Allamand –nadie sabe para quién trabaja- se verificaron ahora con el gabinete de Piñera.
En él abundan los managers y escasean los políticos profesionales. Sobran los grupos económicos y faltan los partidos. ...Los hechos hablan por sí solos.

Hasta ayer Alfredo Moreno promovía los negocios de Falabella en los países vecinos. A contar de mañana representará los intereses permanentes de Chile. Felipe Bulnes, por su parte, defendió a la multitienda ante el Tribunal de Defensa de la Libre Competencia. Será Ministro de Justicia. Y ambos junto con Laurence Golborne –antes ejecutivo de Cencosud- participaron en la conocida “guerra de los plasmas”. Golborne será Ministro de Minería. La guerra de los plasmas los enfrentó a todos ellos con el Grupo Luksic, dueño de la revista Capital de la que fue gerente la nueva Ministra del Sernam.

Para qué seguir.

¿En qué país del mundo tamaña promiscuidad entre la administración del estado y el mundo empresarial podría ser recibida como un triunfo de la técnica y de la gestión? ¿En qué país mínimamente crítico y alerta todo esto podría ser aclamado como el triunfo de la excelencia y del mérito y la prueba final de la consolidación democrática? ¿En qué parte el éxito en el retail y en los negocios coincide con la virtud política?

No cabe duda que el retail tiene sus virtudes. La expansión del consumo –que tanto bien hace a la autonomía de las personas- sería inimaginable sin las técnicas de la comercialización masiva y al menudeo de bienes y de servicios. Y no cabe duda que sin las tiendas por departamentos y las ventas a crédito –a pesar de la letra chica, las colusiones y ese tipo de cosas- las mayorías seguirían mirando desde la vereda del frente el bienestar material.

Pero nada de eso justifica confundir –como parece le ocurrió a Piñera- las virtudes del retail con las de la política, las tiendas por departamento con las seccionales de los partidos, a los partidos con los grupos económicos, a los managers con los políticos de profesión.

Salvo, claro, que piense que la política es, a fin de cuentas, un mal inevitable, algo que es necesario tolerar cotidianamente, pero a cuyos cultores nunca hay que tomar demasiado en serio. Algo así como que la política y los partidos son necesarios para hacerse del poder; pero prescindibles a la hora de ejercerlo ¿Será eso lo que en el fondo de sí mismo cree Piñera?

No sería nada raro que algo así estuviera en su cabeza, coincidiendo en esto con uno de los peores rasgos de la cultura política de la derecha que, por eso, casi siempre acabó cediendo frente a los independientes (Alessandri) o a los hombres fuertes que están por sobre los partidos (Pinochet).

Si fuera así, Piñera –al nombrar a su primer gabinete- habría dejado ver una convicción que está muy lejos de la democracia de veras y que los dirigentes de la Alianza harían bien en combatir desde ahora mismo: la de que los políticos son imprescindibles para ganar el estado, pero inútiles, torpes y dañinos cuando se trata de decidir cotidianamente qué hacer con él. Útiles para competir, idiotas a la hora de administrar. Una convicción como esa fue la que alimentó el alma de la derecha durante la segunda mitad del siglo XX y fue la que la anestesió más tarde frente a la dictadura. Después de todo, una vez que, como ocurre ahora, se había resuelto el problema del poder ¿para qué podían servir los partidos salvo para incomodar?
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