viernes, febrero 06, 2009

Ligeros de carga .Jorge Navarrete P.


Mucho se ha especulado sobre el rol que tendrá Michelle Bachelet en la próxima campaña presidencial. Más todavía cuando su popularidad ha vuelto a repuntar, en contraste con la cada vez menor adhesión que muestran los ciudadanos hacia los partidos políticos y las respectivas coaliciones que conforman.

Desde sus inicios la actual presidenta tuvo un discurso, en la forma y en el fondo, que apelaba a evidenciar el agotamiento de las estructuras políticas tradicionales. Tal empeño le significó reiterados dolores de cabeza, cuando no un par de significativas derrotas, en el marco de una soterrada disputa con la elite concertacionista. La historia de su administración registrará varias desavenencias, las que en un marco de necesaria dependencia –mal que mal, así funcionan los gobierno de coalición- conspiraron para un mejor cumplimiento de los objetivos originalmente planteados por la mandataria.

Con todo, y ad portas de culminar su mandato, la Presidenta parece haber retomado un estilo que conecta directamente a los ciudadanos, sin intermediarios de ninguna naturaleza, sustentado en su propio patrimonio político y personal, el que a la fecha se mantienen intacto. De esta forma, contrariando a una significativa parte de los parlamentarios –y también a uno que otro columnista, entre los cuales me incluyo- insistió en la inscripción automática y el voto voluntario. Sospecho que a la Presidenta no se le escapaban las complejidades ideológicas y políticas que involucra el tema, sino más bien estaba convencida de que éstas se subordinaban al sentido común de los ciudadanos. Para decirlo de otra manera, y a diferencia de lo que ocurrió con motivo de la puesta en marcha del Transantiago, esta vez la mandataria está decidida a seguir sus intuiciones.

Todo esto contrasta con lo que acontece en la Concertación, la que todavía no puede superar un año plagado de desafortunados acontecimientos. El tan añorado acontecimiento de tener un candidato único y así iniciar un trabajo que revitalizara las huestes progresistas, no se ha traducido en la unidad de propósitos en torno a un nuevo proyecto para Chile. Quizás por la misma forma en que ayer este tema fue resuelto al interior de los propios partidos del oficialismo, es que hoy la renuncia de Arrate, la forzada proclamación de Frei por parte del PS, la invisibilidad de la DC o la insistencia del PRSD de llevar un candidato propio, son sólo síntomas de que persisten las dudas y los temores.

Aunque ninguno de los dos principales aspirantes a La Moneda es una joven promesa –Frei ya fue Presidente y Piñera era senador y candidato para esa misma elección- lo cierto es que el peso de la prueba de la renovación recae sobre el postulante del oficialismo. Mientras el empresario redobla esfuerzos por mostrarse como un hombre confiable para la dirigencia de su sector, los últimos acontecimientos muestran que Frei no debe transitar por el igual camino. Los partidos de la Concertación son más un lastre que un activo, y su escasa sintonía con los anhelos ciudadanos pudiera constituirse en un obstáculo decisivo para prolongar a la Concertación en el poder.

Así como Bachelet no tiene por misión salvar a su coalición, tampoco a Frei se le puede imponer la pesada carga de caminar junto a los partidos. El que la primera sea una buena Presidenta y el segundo sea un mejor candidato, es la única manera de contribuir al éxito del gobierno, de la Concertación, de los partidos políticos que la componen y, quizás, de ganar la próxima elección presidencial. Quién lo diría… las esperanzas están depositadas en el estilo Bachelet.

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