martes, agosto 26, 2008

....Obamanía . Joaquín Fermandois

Ha nacido una estrella. Surge el personaje al crearse la sensación de algo inédito, que transforma encantadoramente la circunstancia que se vive. Lo sienten muchos norteamericanos, y su irradiación cruza las Américas, Europa, África y más allá. Existe la alta probabilidad de que un afronorteamericano sea el próximo Presidente.
En EE.UU. y en otras partes, incluyendo a nuestro Chile, se tejen ilusiones o se esconden temores de un próximo cambio político. En lo general, todas especulaciones vanas. El desconocimiento acerca de la política estadounidense es una marca de Chile y de los latinoamericanos. En nuestro país, izquierda y derecha (un poco más ésta) se han estrellado contra la pared de "estos gringos que no nos entienden". Esta ignorancia sólo tiene paralelo con aquella que hacia el mundo externo muestran los Estados Unidos profundos, que se ve muy bien en las alusiones a los "American interests" de su política.
La candidatura de Barack Obama ha sido un golpe a la cátedra. No es el primer afroamericano que emerge como líder nacional. Ya en 1984 y 1988 Jesse Jackson rompió la frontera, al captar voto blanco en las primarias demócratas, aunque quedó atrapada dentro de minorías. Por meses Obama, tras anunciar su candidatura, permanecía muy por debajo de la intención de voto por Hillary Clinton, incluso dentro de los afroamericanos. De súbito se produjo la transformación, nació la pasión por Obama, se convirtió en un "hit" y fue imparable, a pesar de que Hillary le siguió disputando voto a voto. Electrizó el estado de ánimo del Partido Demócrata y penetró profundamente en la conciencia del norteamericano medio.
Es cierto que el pasado racista tiene su peso, y nadie se atreve a expresar profundamente que desconfía de él por el color de su piel. Por eso mismo, muchos estadounidenses se afanan en demostrar que ya no tienen huella racista y votarán por Obama. Es decir, es probable que sea electo por el color de su piel.
Es similar a lo sucedido en Chile con Michelle Bachelet, donde existe un factor machista, pero también lo es que, por eso mismo, poseía un as de triunfo.
Y Obama pone mucho de lo suyo: un discurso que trascendió el tema de la victimización para poner el foco en los problemas centrales. Además, "habla en bonito" y, para colmo, los hados le entregan un momento propicio: la guerra de Irak, la incertidumbre económica, el descrédito de la administración Bush.
El hombre Obama se nos presenta en gran medida como un desconocido. Es más un símbolo, una figura, un modelo, antes que un ser de carne y hueso. En cambio, John McCain, destacado senador, es toda una personalidad que derrocha carácter y bonhomía. Tiene en contra el desgaste republicano y las circunstancias, amén de la edad, que le puede jugar un mal paso. Obama se identifica con una idea; McCain con un sentimiento; el demócrata juega la carta del mensaje, el republicano la del aura de jefe confiable.
Sobre ambos se apuntan las exageraciones de la era de las comunicaciones de masas.
La animada vida pública estadounidense es un mentís a la sensación de futilidad y hastío que parece emanar de la actividad política en nuestro medio. A pesar de que Estados Unidos nació con un consenso básico, ya a los grandes observadores de su escena temprana, como Tocqueville, les llamó la atención la gran participación del estadounidense medio en los asuntos públicos. El interés ha pasado por ciclos, y depende del estado, la región, el grupo étnico o social. También se escucha allá que el Congreso ya no es de la calidad que era. Con todo, miradas las cosas en su totalidad, la política estadounidense más bien invita al optimismo.