lunes, mayo 26, 2008

Un homenaje a un amigo. Myriam Verdugo.

José Aguilera
Hace ya una semana José Aguilera se durmió para siempre. Quizás muchos de quienes lean estas líneas se pregunten: ¿quién fue José Aguilera?
Pues bien, José fue un hombre profundamente cristiano, católico, que vivió su amor por Cristo con pasión, cada día de su vida.

Lo conocí cuando ya era secretario ejecutivo de la Vicaría de la pastoral obrera, esa organización que bajo la dirección del querido cura Alfonso Baeza se convirtió en referente del trabajo por la búsqueda de justicia social, y de apoyo a la lucha dada por quienes buscaron con empeño y valentía recuperar la democracia para Chile de las manos del dictador Augusto Pinochet.

Tan sólo el año pasado asistí a una ceremonia en la que se rindió un homenaje al cura Baeza. Tal como en los años de dictadura, los que participamos fuimos pocos –una veintena de casi los mismos rostros de finales de la década del 70 y del 80-. En esa ocasión José, con el esfuerzo que le significaba llevar sobre sus espaldas las secuelas de sus males y dolores habló con cariño de Alfonso, del camino recorrido, de las luchas dadas, de los momentos compartidos.

Y el cura Alfonso agradeció, pero fundamentalmente transformó el encuentro en un recuerdo afectuoso, agradecido y de reconocimiento a ese humilde, sabio, y buen hombre que fue José Aguilera.

“Este gallo tiene la culpa de haberme acercado al mundo obrero”, dijo el cura. Se conocieron en 1963, y desde ese momento recorrieron un largo camino buscando la justicia para los trabajadores; contribuyendo a su organización y fortalecimiento en los sindicatos. El día de su despedida la iglesia estuvo llena de hombres y mujeres que fueron parte de esa lucha dada por José Aguilera y por tantos otros, a quienes el país no ha sido capaz de reconocer su aporte.

No es reconocimiento lo que José, el cura Alfonso, Guillermo, Pierre, Evangelina, Juanita, Héctor, Manuel, Claudia, María, Antonia, Arturo, Santiago, Diego, André, Eugenio, Raúl, Alfonso, Oscar, Teresa y tantos otros y otras buscaron al entregar con generosidad y fuerza su trabajo por la redención del mundo del trabajo. No. Pero sin lugar a dudas esta sociedad envanecida, ciega y sorda al dolor, angustia, humillación y desesperanza de la mayoría de sus hijos e hijas debiera hacer un alto en su loca carrera por el exitismo y desarrollo sin freno ni objetivo, para conocer a estos seres excepcionales.

Alfonso Baeza debió hacer esfuerzos sobre humanos. Seguramente pidió la ayuda de Dios para hacer la misa de despedida y no quebrarse, y no llorar. Recordó en su homilía que José fue un hombre que amó a Jesucristo y a la iglesia, entregándose por entero a la causa de los trabajadores. “Fui un alumno aventajado” de José recordó el cura, quien además destacó su gran inteligencia, esa que “surge de la sabiduría que da el Señor a quien alaba a Dios Padre, a los sencillos, a los humildes”. José Aguilera terminó sus estudios cuando ya era secretario ejecutivo de la Pastoral Obrera, en otro claro ejemplo de cómo este país niega más y mejores oportunidades a los talentos naturales.

Un destacado colega y docente, Abraham Santibañez, recordó que José Aguilera en un momento de su vida citó las palabras de Jesús “yo soy el camino, la verdad y la vida”. Al respecto reflexionó y dijo que muchos buscan la verdad, hablan de la vida, pero pocos –como lo hizo José- hablan, abren y hacen caminos, que es una forma concreta de construir el reino de Dios en la tierra.

Estimado y recordado José, vivirás en el recuerdo amoroso de tu viuda, de tus hijos, de tus seres queridos, pero también vivirás en el recuerdo de tus amigos y de quienes seguiremos empeñados -contra viento y marea- en tratar de lograr que este país, que este mundo, caminen con pasos más decididos, fuertes y seguros hacia el imperio de la justicia, amor y solidaridad.
Myriam Verdugo Godoy.