viernes, mayo 25, 2007

..."DÌSCOLOS, VIUDOS,Y OUTSIDER"...María de los Ángeles Fernández R., Directora Ejecutiva Fundación Chile 21

Los dirigentes partidarios no pueden tomar cómodamente palco: si existe disenso, ellos deben autoobligarse a canalizarlo. No se puede aducir -de antemano- que la crítica basada en ideas supone deslealtad. La jerga política se ha comenzado a poblar de expresiones tales como indisciplina, desafección, transversalismo y agendas personales. Hoy día, algunos parlamentarios son catalogados como "viudos", "díscolos" y "outsider". No falta quienes, tentados por la hipocondría política, insisten en ver en estos comportamientos algo de mayor calado, una suerte de crisis existencial de la Concertación.Ya se ha informado de posibles antídotos para enfrentar la indisciplina: los timoneles oficialistas evalúan la posibilidad de no respaldar la reelección de senadores y diputados que incurran en este tipo de comportamientos. Cuán efectiva será la idea, está por verse. Si no, ahí están los recientes reclamos de los alcaldes socialistas emblemáticos, que ante la inminente aplicación del impedimento de no reelección a quienes llevan dos períodos, más de alguno atisbó la posibilidad de presentarse como independiente.La capacidad de generar comportamientos comunes a partir de decisiones centralizadas es clave no sólo para el buen funcionamiento de un partido, sino cuando éste desempeña funciones de gobierno. Sin embargo, la ausencia de disciplina partidaria puede estar respondiendo a un cúmulo de factores entrecruzados, tales como la diluciónde las ideologías y de su función cimentadora; la existencia de fracciones; los recambios generacionales; la exaltación de personalismos a los que conduce la dinámica mediática en la vida política, así como la exigencia operativa de decisiones urgentes, alimentada por los talantes tecnocráticos muchas veces alérgicos a la deliberación política y sus cadencias más lentas, entre otros.El rápido recurso a la no reelección, si bien constituye la más directa sanción, no está exento de implicancias, tanto normativas como prácticas. No deja de ser un contrasentido que un partido que se predica como democrático recurra a este tipo de expediente intimidatorio. Además, tal como plantea Morlino, se supone que la disensión dice relación con la libertad de discusión que es natural a la democracia. No habría por qué suponer en ella, particularmente si es parlamentaria, efectos nocivos, sino que al contrario: un impulso a la autocorrección al interior del sistema. Ahora bien, ello depende mucho del grado de legitimidad del sistema político y del nivel de difusión de la insatisfacción. Prácticas, porque mientras se mantenga el actual sistema electoral, la exigencia de rendimientos electorales privilegia a los titulares o a quienes poseen un alto plus de visibilidad mediática, cosa que no se obtiene a través de la paciente militancia. Esto no es menor: la pertenencia a la organización suele disciplinar, de tal forma que produce la incorporación de un estatuto disuasivo, de códigos de compromiso y corresponsabilidad no exentos de una función latente que previene ciertas intenciones. Adicionalmente, es imposible olvidar la competencia que el sistema produce entre compañeros al interior de la misma lista, lo que no sólo estimula el individualismo, sino que no escapa a ciertas dosis de canibalismo político.Las medidas que se conjeturan asumen que el peso de la culpa está en el parlamentario. Sin embargo, los dirigentes partidarios no pueden tomar cómodamente palco: si existe disenso, ellos deben autoobligarse a canalizarlo. No se puede aducir -de antemano- que la crítica basada en ideas supone deslealtad. Ello no lleva más que a un rosario de descalificaciones. Cuanto mayor sea el grado de receptividad y de autocorrección, es más probable que el disenso se modere.Un sistema democrático y sus actores debieran desafiarse a producir, por tanto, canales de expresión a distintos niveles así como sistemas receptivos a la diferencia