sábado, abril 28, 2007

Punto de inflexión.....Ignacio Walker

La actitud de rebeldía de díscolos, desafectados y “desgobiernizados” al interior de la Concertación —casi una nueva bancada— es una de las más graves crisis políticas que ésta haya experimentado en los últimos 17 años.
Políticamente hablando, es más grave que el Transantiago, Chiledeportes y la Marcha de los Pingüinos juntos, pues es una grieta que se abre al interior de la coalición de gobierno, comprometiendo las bases mismas y las perspectivas futuras de su gobernabilidad interna. Adicionalmente, es la más fuerte bofetada que haya recibido la Presidenta Bachelet y, me atrevería a decir, Presidente alguno de la Concertación en la última década y media.
Hasta ahora asegurar la “gobernabilidad del cambio”, como ha dicho con particular lucidez Sol Serrano en un artículo reciente, ha sido la gran carta con que la Concertación se ha presentado ante el país. Eduardo Engel ha escrito que tal vez la clave para entender el éxito de la Concertación sea la credibilidad y responsabilidad con que ha sabido interpretar y representar los anhelos y aspiraciones de los sectores de centro —muy sensibles al tema de la gobernabilidad–. Puede que todo eso esté cambiando, inclinando la balanza, gradual pero sostenidamente, en favor de la derecha. Objetivamente, díscolos, desafectados y “desgobiernizados” sirven a los intereses de la derecha y la oposición. Es más, el pueblo chileno votará en 2009 por aquella coalición que sea capaz de convertirse, en forma más creíble, en garantía de gobernabilidad del cambio. En esa perspectiva y al día de hoy, las “chances” de la coalición de gobierno y de oposición son bastante similares.
Esta “malaise” que cunde al interior de la Concertación tiene una raíz más profunda en la tesis de la “corrección del modelo”. Es curioso. En catorce oportunidades el pueblo chileno ha votado sistemáticamente y en forma abrumadora —casi siempre por mayoría absoluta— por la Concertación, pero desde el interior de su élite dirigente surgen voces que siembran una gran duda sobre lo que hemos hecho y lo que estamos haciendo. Esto empieza a contagiar a sectores de la opinión pública que ven a sus máximos dirigentes dudar de su propio proyecto y de su propia política.
A decir verdad, la gente nunca ha votado por el “modelo” de la Concertación. Es más. Como ha dicho Javier Santiso en la presentación de su estupendo libro “La Economía Política de lo Posible en América Latina”, con una especial referencia a los casos de México, Brasil, Chile, Perú, Colombia, Uruguay y República Dominicana —todos ellos convertidos en la antítesis del populismo que campea por la región—, “el modelo chileno es no tener modelo”. Hemos escapado a la lógica de los “modelos” precisamente después de dos o tres décadas de “planificaciones globales” (Mario Góngora); de modelos ideológicos excluyentes que sumieron a Chile en la polarización y las divisiones más profundas de su historia. La Concertación consiste justamente en pasar desde el ideologismo de nuestra historia más reciente, con modelos globales, ideológicos y excluyentes, al interior de la lógica de “suma cero” que caracterizó a la política chilena durante al menos dos décadas, al “posibilismo” —término acuñado por ese gran intelectual y cientista social que es Albert Hirschman, y encarnado como nadie por Patricio Aylwin—, incrementalismo, gradualismo, pragmatismo, realismo, reformismo y todas esas palabras que en el pasado eran miradas con horror desde el mundo progresista, y que explican una parte importante del éxito de la Concertación en Chile y las perspectivas igualmente alentadoras de otras experiencias en la región que ya hemos mencionado.
Estamos en un verdadero punto de inflexión al interior de la Concertación, que requiere de mucho diálogo, lucidez, visión y una buena articulación —que en el último año no ha existido— entre gobierno, parlamentarios y partidos de la coalición, de cara y no de espaldas a la gente.