miércoles, septiembre 27, 2006

...UN MUY BUEN APORTE...CON RESPECTO AL "MODELO"..

Más allá del Modelo: UNA PATRIA DE TODOS.
Por Rodolfo Fortunatti.

EN ABRIL DE 1975, un selecto grupo de civiles irrumpió en la escena pública con la expresa misión de poner en operación el plan económico del gobierno militar instalado tras el golpe de Estado.Para conseguir su propósito esos civiles contaron con todas las licencias y arbitrios que les brindó el régimen de fuerza.Aprovecharon, como ninguno, el clima de represión, terror y miedo predominante, para aplicar una traumática terapia de «shock» que sacudió a los hogares más pobres, peroque se extendió indiscriminadamente a toda la población, alcanzando incluso al tradicional empresariado industrial.Despidos masivos, fuerte caída de los salarios y del con-sumo, quiebre de empresas, y generalización de la pobreza, fueron sombríos testimonios de aquellos aciagos días.Esta recesión, planificada y dirigida desde el Estado, inauguró una nueva etapa en la historia económica de Chile.Pero fue la certeza de estar actuando contra una población indefensa, sin libertades y sin garantías, lo que llevó a esos civiles de confesada ideología neoliberal, a gestar una revolución económica dentro de una revolución política. La nueva organización económica que surgió de aquella experiencia, y cuya consolidación data de mediados de los años ochenta, es lo que hasta hoy se conoce como el modelo económico chileno.
¿QUÉ ES EL MODELO ECONÓMICO CHILENO?
El modelo es una norma, un deber ser que establece cómo organizar la producción y la distribución de bienes para dieciséis millones de chilenos. La norma indica que los mercados deben ser libres, que deben estar abiertos al exterior, y que la empresa privada debe ser el principal motor de la actividad productiva. La norma asimismo determina sus principales condiciones macroeconómicas: baja inflación, pleno empleo, presupuesto fiscal balanceado, y superávit de la balanza de pagos.El fin superior de esta organización económica es garantizar el funcionamiento de los mercados en un régimen de competencia. A este fin están subordinados los demás objetivos del desarrollo, como la protección y mejora del medio ambiente, el fomento de la justicia y la seguridad social. La matriz institucional prescribe una sociedad de.2 mercado, es decir, unas relaciones sociales dominadas por el libre juego de las fuerzas que operan –con distinto poder y eficacia– en la producción e intercambio de bienes y servicios.Éste es, en lo sustantivo, el modelo económico chileno. Un modelo que, no obstante carecer de legitimidad de origen, se ha implantado a lo largo del tiempo al amparo de las fuertes restricciones impuestas a la democracia representativa: binominalismo, veto parlamentario, senadores designados, baja participación ciudadana y debilidad del movimiento laboral. Un modelo que, visto a la luz de sus propios fines, ha mostrado notables realizaciones, como el control de la inflación, el equilibrio fiscal, el superávit de la balanza de pagos, y la apertura al exterior, pero que no ha revelado la misma eficacia para conseguir sus otros objetivos. La apuesta cifrada en la empresa privada como motor de la actividad productiva, no ha garantizado altas tasas de crecimiento, inversión e innovación tecnológica. Tampoco el modelo ha conseguido el pleno empleo y, en cuanto al óptimo funcionamiento de los mercados, éste sigue siendo una asignatura pendiente.Sus impulsores creen que estas fallas pueden ser corregidas exacerbando la pureza del modelo. Se trata de una teoría que, de ser aplicable, desnudaría tal grado de violencia que precisaría la complicidad de una dictadura para imponerla. Es precisamente esto lo que convierte al modelo neoliberal en una fórmula agotada. Y mal haríamos si pensáramos que el modelo puede ser reparado con instrumentos tomados de otra caja de herramientas. Porque en esta matriz no cabe un papel activo del Estado. Si cupiera, sería otro modelo. Tampoco caben los incrementos de la productividad y de la equidad, dos valores que nunca el modelo ha podido reconciliar. Como no caben la eficiencia institucional, el óptimo funcionamiento de los mercados, ni el estímulo a los sectores estratégicos. Estos objetivos sólo se consiguen con regulaciones, y la renuncia a las regulaciones es de la esencia del modelo.Los gobiernos democráticos han buscado –y en varios aspectos lo han conseguido moderar los efectos segregadores y disolventes de la organización económica. Han aprovechado al máximo las arpilleras de justicia que ofrece el modelo, donde el gasto social y la lucha contra la pobreza acaso constituyan su prueba más elocuente. Pero han llegado al punto en que ya no hay nada más que extraerle. Se han topado con su dura e infranqueable frontera social, de la que da prueba irrefutable la vergonzosa distribucióndel ingreso.
NO ES PUES LA CORRECCIÓN, MEJORÍA O RECTIFICACIÓN DEL MODELO LO QUE SE PRECISA.
Lo que se requiere es otro proyecto de desarrollo que combine los ritmos de la reforma económica con la velocidad del cambio democrático. Pero, de manera muy imperativa, se necesita un modelo de desarrollo que tenga como fin superior, no el funcionamiento de los mercados, sino el funcionamiento de la sociedad. Porque el fin supremo de las intervenciones públicas no es preparar la arena para el enfrentamiento entre fuertes y débiles, sino el mejoramiento de la calidad de vida de toda la población.Chile ha llegado a ser lo que es, porque chilenos esencialmente libres y concientes de los límites de la convivencia en común, lo han hecho posible. En esto la experiencia nos entrega una lección valiosa, incluso cuando la libertad ha sido avasallada. Pero, ¿está asegurado el futuro? El futuro es una incertidumbre aceptable; una idea verdadera y realizable acerca del porvenir. El futuro depende de que la sociedad persevere en reconocer las ventajas de la vida en común. Y, sobre todo, depende de que esta sociedad combine de modo inteligente los cursos de acción que concurren a la formación de nuevos compromisos.No es por nada que coexisten distintas nociones acerca de las ventajas que brinda la vida en común, y, asimismo, distintas percepciones acerca de la tolerancia a los rigores que la vida en común impone.Pero, ¿cuán profundo es este sentimiento de pertenencia?¿Cuán fuerte es la identificación con el nosotros que encarna la nación chilena?¿Cuán inmensas son las brechas que surcan el paisaje social y cultural de Chile?
HAY CHILENOS QUE VIVEN EL DÍA A DÍA CON TEMOR, INSEGURIDAD Y RESIGNACIÓN.
No pocos sienten perplejidad ante el mañana. Hay otros que miran con satisfacción los frutos de su prosperidad y, con honestidad, creen advertir la misma complacencia en los demás. Pero no hay consenso sobre el bienestar de unos y de otros. Y de nada serviría responder a este desacuerdo con el argumento de que hemos logrado reducir la pobreza, aumentar el tamaño de las clases medias, asimilar el mercado, o alcanzar altos estándares de competitividad; eso que aplauden los foros internacionales y que, aquí adentro, se reproduce a coro. Porque, aunque reales, estos logros no pueden constituirse en la medida de nuestro éxito; la prosperidad del rey no coincide con el bienestar de los súbditos.Chile ha progresado, pero lo ha hecho arrastrando consigo seculares y encostradas estructuras de marginación, discriminación y despotismo. Y esto ha gravitado como el peso de la noche sobre la estabilidad institucional que tanto ensalzan los historiadores conservadores, dando lugar a un sistema de dominación que, de tiempo en tiempo, estalla en revoluciones, guerras civiles, masacres y tragedias humanas. No son accidentes históricos las revueltas de 1851 y 1859. No lo son la guerra civil de 1891, ni la tragedia de la escuela Santa María de Iquique, ni las asonadas golpistas de 1920, ni la masacre del Seguro Obrero. No es un simple paréntesis el golpe de Estado de 1973, ni la revolución económica que se fraguó bajo la dictadura que le sucedió. Son expresiones de la resistencia a la democratización de bien consolidadas estructuras políticas, sociales y culturales. Y es nuestra responsabilidad presente aligerar el peso de este pasado a fin de que no ensombrezca el futuro del país.Si nos mantenemos lúcidos, convendremos que en esto no hay dogmas a seguir o, para decirlo más activamente: ¡hay muchos dogmas que deben ser combatidos! Desde luego, la creencia, ahora en retirada, de que con el neoliberalismo la historia ha llegado a su fin y, de que más allá del modelo sólo hallaremos incertidumbre, desazón y caos, la enigmática caja de Pandora que encierra todos los males del mundo. Contra la pretensión de una economía única, hay que oponer la pluralidad del pensamiento económico.Contra la pureza peligrosa de la competencia salvaje, hay que oponer la cooperación social y la solidaridad. Contra los intereses de pequeño grupo, hay que oponer la voluntad soberana de las grandes mayorías.Más allá del modelo, existe la posibilidad cierta de construir una nación próspera, integrada, respetuosa del derecho y de sus instituciones, y en la que puedan reconocersetodos los chilenos.
MÁS ALLÁ DEL MODELO, PODEMOS ACABAR CON LA CESANTÍA Y MEJORAR LA CALIDAD DEL TRABAJO.
Es cierto que el empleo no resuelve por sí solo las desigualdades sociales, pero aumenta la eficacia de las políticas sociales y refuerza la integración social. El empleo bien protegido y remunerado, es un mecanismo eficaz para impedir que aquellas familias que salieron de la pobreza no vuelvan a ella en caída libre, sin red. Es posible acabar con el desempleo estructural que afecta a más de medio millón de chilenos cesantes. Es posible aprovechar el potencial de empleo de las mujeres y de los.jóvenes, procurando inversiones para que éstos aumenten su empleabilidad, y eliminando las barreras de entrada al mercado de trabajo, sobre todo al sector servicios. Se puede mejorar la calidad del trabajo y de la producción, lograr remuneraciones más equitativas, y establecer una organización del trabajo adaptada a las necesidades de las empresas y de las personas.
MÁS ALLÁ DEL MODELO, PODEMOS LOGRAR UN ALTO NIVEL DE PROTECCIÓN SOCIAL.
Podemos adaptar el sistema de protección social para que el trabajo sea más productivo y proporcione ingresos seguros, para garantizar pensiones dignas y sustentables, para propender a la integración social, y para ofrecer atención de salud permanente y de alta calidad. Podemos continuar el exitoso combate contra la pobreza que aún padecen tres millones de chilenos. Se pueden desarrollar políticas que vayan en auxilio de las nuevas clases medias, en especial aquellas políticas públicas orientadas a elevar la calidad de la educación y la formación para el trabajo. Podemos avanzar hacia un país de mayor igualdad entre hombres y mujeres, a condición de que el principio universal de la paridad de género no sólo se concrete en las instituciones políticas, sino también en las instituciones económicas. Que en Chile dos tercios de las mujeres se encuentren fuera de la fuerza de trabajo –en Europa se halla en esta condición menos de la mitad y, en Estados Unidos, menos de un tercio–, envuelve una situación de desigualdad, pero muy crucialmente entraña un problema de eficiencia económica, de potenciales productivos inactivos. Podemos, por último, luchar contra la discriminación que, además de marginar explícitamente a las minorías sociales, determina la legitimidad de los medios a través de los cuales las personas pueden aprovechar la igualdad de oportunidades y beneficiarse de la movilidad social. Podemos combatir la intolerancia, mediante instituciones y prácticas que desarrollen los derechos fundamentales y aseguren el respeto por la dignidad humana.
MÁS ALLÁ DEL MODELO, PODEMOS MEJORAR LA CALIDAD DE LAS RELACIONES LABORALES.
Las transformaciones que se requieren para adaptar la estructura productiva a las exigencias de nuestra inserción internacional deben fundarse en el acuerdo organizado de trabajadores y empresarios. Sin este consenso fundacional, que nace del diálogo y la concertación social, no es posible garantizar la legitimidad y la estabilidad de las reglas del juego. Holanda, un país europeo del tamaño del nuestro, demuestra cómo el diálogo entre los sindicatos, los empleadores y el gobierno –institucionalizado a través del Consejo Económico y Social–, pudo estimular la creación de un millón de puestos de trabajo en sólo diez años, con tasas de desocupación cercanas al… ¡3 por ciento! Holanda, acaso la primera economía de jornadas parciales, pudo modernizar su organización del trabajo mediante un adecuado equilibrio entre la flexibilidad y la protección laboral. Ahí, todos los trabajadores, con independencia de su jornada laboral, están amparados por los beneficios sociales, el seguro de desempleo y la previsión para el mañana.
MÁS ALLÁ DEL MODELO, PODEMOS DAR UN SALTO DECISIVO EN INVERSIÓN TECNOLÓGICA.
Finlandia, un país de cinco millones y medio de habitantes, logró en los últimos diez años situarse a la cabeza de las economías competitivas del mundo. ¿Cómo lo hizo? Finlandia era hace treinta años un país subdesarrollado como el nuestro que, sin embargo, no siguió el modelo neoliberal, sino el de un Estado de bienestar. Este modelo le permitió impulsar una fuerte reforma educativa, realizar inversiones en investigación y desarrollo, y recuperar el capital social del pueblo finlandés, especialmente interesa-do en la lectura, el aprendizaje y la innovación. En el país noreuropeo, la educación universitaria es gratuita, y los estudiantes incluso reciben un pago por su dedicación al estudio. Gracias a ello, entre 1991 y 2001, el porcentaje del Producto Interno Bruto.5 dedicado a investigación y desarrollo tecnológico, creció del 2 al 3.6 por ciento. Es el mayor del mundo, cuando en Chile no alcanza al 1 por ciento del PIB. Gracias a ello, hoy el Producto Interno Bruto por habitante de Finlandia (30.818 dólares) es casi tres veces superior al de Chile (11.537 dólares).
MÁS ALLÁ DEL MODELO, PODEMOS ORGANIZAR UN ESTADO FUERTE Y EFICIENTE.
La fuerza y eficiencia del Estado, más que con el mercado, está relacionada con la fuerza y eficiencia de la sociedad. Esto significa que si aspiramos a una sociedad gobernada por instituciones legítimas y eficaces, requerimos un Estado que establezca regulaciones, de modo que los ciudadanos queden facultados para ejercer sus derechos y para exigir el respeto por sus derechos. Si aspiramos a una sociedad que controle las incertidumbres sobre su funcionamiento, necesitamos un Estado que garantice la continuidad de los servicios y el acceso a ellos. Y si aspiramos a una sociedad integrada, en tal caso, precisamos un Estado que propenda y asegure la cohesión social a través de intervenciones sociales. Hoy el tamaño económico del Estado chileno equivale a la quinta parte del Producto Interno Bruto, para una sociedad de dieciséis millones de consumidores, cinco millones de trabajadores, medio millón de cesantes, once millones de afiliados a Fonasa y tres millones a Isapres, siete millones de afiliados a AFP y tres millones y medio que no cotizan en estas AFP, y de otros tantos millones de estudiantes y de niños que ingresarán al sistema educativo. Es un Estado mínimo, comparado con el enorme peso y amplitud que llegó a tener hasta la reorganización neoliberal. Pero es un Estado todavía pequeño, comparado con los Estados de Finlandia, Holanda y Alemania, donde el gasto del gobierno es cercano a la mitad del PIB, y donde su población ha conquistado niveles de bienestar dignos.
MÁS ALLÁ DEL MODELO, PODEMOS CRECER A MAYOR VELOCIDAD.
En los últimos 65 años, la tasa promedio anual de crecimiento per cápita de la economía chilena no ha superado el 2 por ciento, cuando países de acumulación temprana, como Francia, mostraban tasas por habitante de 2,7%, Alemania, de 3,3%, e Italia, de 3,5%. Chile puede intensificar el uso del capital y del trabajo y, de este modo, alcanzar tasas superiores de crecimiento económico. Para ello dispone de un enorme potencial institucional, político y económico. El desarrollo de sus instituciones le ha permitido conquistar bajos índices de corrupción, lo que garantiza seriedad, eficiencia, transparencia, y respeto por la iniciativa privada. Cuenta con un régimen político que ha logrado preservar la paz social, la estabilidad macroeconómica, el bajo riesgo país, y la seguridad del sistema de justicia. Su privilegiada ubicación geográfica lo convierte en puerta de acceso a importantes mercados regionales. Chile posee recursos mineros de alta productividad, una larga y rica franja marítima, condiciones climáticas y suelos favorables a la actividad forestal, abundante mano de obra calificada, solvencia financiera, y amplia modernización de las infraestructuras de transportes y comunicaciones. Chile posee todas las condiciones para mejorar su desarrollo, y acortar así la brecha que lo separa de una patria de todos, de una patria libre, justa y solidaria para todos. Falta sólo un esfuerzo de organización que convoque a todos los chilenos y que movilice la voluntad de aquellos que, por su mayor poder e influencia, están en posición de conducir al país hacia un mejor horizonte de realización.
Santiago, 12 de octubre de 2005.
Rodolfo Fortunatti