sábado, septiembre 30, 2006

...IMPORTATE OPINION DE ANTROPOLOGA CON RESPECTO A LA JUVENTUD Y EN ESPECIAL A LA CHILENA....

ROSSANA REGUILLO
REVISTA Ñ.
La juventud precarizada
La antropóloga Rossana Reguillo dice que los jóvenes latinoamericanos oscilan entre la inclusión y la marginación social, y que los seduce el vivir el "día a día" y la violencia. Cree que la protesta de los estudiantes en Chile muestra una repolitización incipiente entre las juventudes del continente.
Locuaz, eufórica, aguda y de buen humor, Rossana Reguillo, antropóloga y mexicana, habla en esta entrevista del destino frágil, precario y comprometido que tienen los jóvenes latinoamericanos. Profundamente politizada, ha participado de la campaña por el recuento de votos para ver si Andrés López Obrador podía vencer al oficialista Felipe Calderón. No fue así, pero igual siguió acompañando, como militante y analista, a la gente que lo vivaba bajo la lluvia. Pocas semanas atrás estuvo de paso en Buenos Aires. Venía de participar en el ciclo "Tu ciudad, tu cultura" que organizó la dirección de cultura de la Municipalidad de Córdoba. "Ser jóvenes en la ciudad: de riesgos y esperanzas" fue el título de su charla. - —En abril hubo protestas masivas de estudiantes chilenos contra el aumento del boleto secundario y la privatización del sistema de cobro del crédito universitario. Fue una sorpresa en una sociedad que parecía dormida... - —Durante mucho tiempo yo podía percibir una profunda despolitización de la sociedad chilena, que tenía muchos años de un letargo democrático con el tema de la dictadura. Estuve poco antes en Chile haciendo un trabajo precisamente sobre jóvenes y me impresionaba esa actitud de "aquí no pasa nada" y que sólo los veía entusiastas cuando hablaban del pasado y no del presente o del futuro. Estas revueltas me devuelven una perspectiva bastante alentadora, independientemente de que se pueda pensar que se trata de una propuesta acotada, de clase media. ¿Qué importa que sea de clase media o de clase alta cuando lo que tú estás viendo ahí es un proyecto de demanda política juvenil que no habíamos visto así de organizada en América latina en los últimos años? La categoría estudiante había desaparecido del lenguaje, de la visibilidad mediática y la discusión desde el 68 y los 70. Entonces, el hecho de que otra vez los jóvenes vuelvan a aparecer en el espacio público, no como pibes chorros ni como bandas ni como maras, (pandillas centroamericanas conocidas por su extrema violencia y crueldad) sino como estudiantes, me parece que es un asunto que nos tiene que llevar a pensar muchas cosas, más cuando la sociedad chilena es la que presume de haber abatido los índices de exclusión y de contar con los indicadores de desarrollo más altos del continente. Esto te habla de que ahí hay un problema que los jóvenes están percibiendo y que todos estos años de silencio sirvieron para politizar una generación que empieza por pedir cambios acotados, pero que genera un aprendizaje político y un capital que no se puede desestimar. Además, obligaron a la presidenta a tomar decisiones muy serias.- —¿Cómo ubica esa protesta en relación al contexto de otras juventudes latinoamericanas?- —América latina no es un continuo homogéneo. Pese a que estemos sacudidos por crisis estructurales similares, me parece que la configuración de los movimientos sociales de la protesta juvenil tiene características o configuraciones locales muy específicas. En el contexto latinoamericano, creo que lo de Chile inaugura una reentrada de los jóvenes desde su reconocimiento como estudiantes, como un movimiento que eventualmente podría generar cuestiones interesantes, sobre todo en la Argentina y, de manera menos probable, en Uruguay. No creo que el efecto Chile viaje hacia el norte. ¿Por qué? Por razones muy específicas. En el caso colombiano, los jóvenes no logran salir del secuestro mediático que los tiene convertidos en sicarios, violentos, problemáticos, etcétera, por un lado. Y, por el otro, hay una sociedad que, de sorpresivamente, decidió apoyar en forma unánime y homogénea al presidente Uribe, cuando uno pensaría que tendrían que pasar otras cosas. - —En otros rincones la desigualdad se vuelve común...- —Hay un empobrecimiento brutal de los jóvenes centroamericanos, donde tienes que el 50 por ciento de los jóvenes salvadoreños está viviendo en condiciones de pobreza extrema. Eso no te permite imaginar un escenario de la reivindicación de la identidad juvenil como en Chile. Las reivindicaciones son más duras, violentas y no hay posibilidad de que por ahí se pueda generar un movimiento, por la sencilla razón de que están demasiado ocupados en la sobrevivencia. El caso mexicano es muy interesante porque, si bien tuvimos hace cuatro o cinco años la gran gesta estudiantil de la UNAM encabezada por el Comité General de Huelga tampoco creo que pudiera aplicarse el modelo chileno porque la enorme fragmentación que hay en los colectivos juveniles ha imposibilitado en los últimos años encontrar un eje vertebrador que pudiera aglutinarlos y que no lo va a representar ni la universidad ni la escuela. Lo que tú tienes es una enorme diversidad de problemas y realidades juveniles que se puede reducir a tres grandes esquemas: los inviables, es decir los jóvenes mexicanos que ya no tienen ninguna inserción social; los asimilados a los mercados flexibles, es decir los que han asumido su condición de desechables y que creen que su única opción es aceptar el trabajo de la maquila (plantas extranjeras que ensamblan insumos en condiciones precarias); el tercer núcleo es el de los sectores que yo denomino "paralegales", es decir, que han decidido hacer una opción por el narcotráfico, el crimen organizado, la piratería, como forma de acceso y afirmación social. Entonces, esta protesta chilena no podría encontrar visos de expresión en México.- —¿Qué imaginario de futuro piensa que tienen los jóvenes latinoamericanos?- —Creo que hay una cuestión muy dramática. Empiezo planteándote un dato que encontramos en la segunda encuesta nacional de juventud, que acabamos de terminar en México. Es una encuesta del gobierno pero que ha tenido la sensibilidad de convocar a un equipo de expertos académicos que la diseñan y analizan los resultados. Cuando tú les preguntas sobre su confianza en la posibilidad de realizar proyectos futuros, pero lo focalizas en ellos, un porcentaje extraordinariamente alto contesta que está confiadísimo, que el futuro es lo máximo. Pero uno, que como analista ha desarrollado cierto colmillo, a esa pregunta le añade varios controles para ver cómo se van comportando. Entonces, les planteamos la premisa: "El futuro es tan incierto que es mejor vivir la vida día a día", y ahí tuvimos respuestas del 88 por ciento a nivel nacional, que subía al 90 por ciento en los estratos socioeconómicos altos y en los más bajos, y entre los más educados y los menos educados, que decían estar de acuerdo en que no se puede planificar el futuro. Por lo tanto, el acceso a la educación no es un modificador de imaginarios de futuro. Y lo que sí parecía estar mejorando la percepción del futuro era la ubicación socioeconómica de los jóvenes y el género. Se mostraban más en desacuerdo las mujeres con respecto a la incertidumbre del futuro que los hombres. Lo que se ve es un estallido de la noción de futuro, imaginarios muy precarizados que se expresan desde dos lógicas: una que es la salida totalmente hedonista, que es "frente a este desmadre, ya no hay nada que hacer". Entonces tienes la salida hedonista que es, como la llamaría Martín Hopenhayn, la opción furiosa por el reviente. Yo la suscribiría con ciertos matices. Tiene que ver con que hay que reventar el cuerpo con drogas, con fiestas, o sea un desapego total de cualquier opción de control. La segunda vía de expresión sería la renuncia explícita a cualquier tipo de pacto social normal, institucionalizado. Estos jóvenes asumirían, con pasmosa tranquilidad, que se van a morir, pero al menos, intentando comprar una heladera para la madre. Es ese gran sector de jóvenes que cada vez más se inserta en el narcotráfico y el crimen como estrategia de viabilidad.- —¿Y cómo es la relación de los jóvenes con el mundo de la política? Me refiero a su inserción en movimientos sociales o del tercer sector o alguna otra iniciativa que los incluya. - —Se está viendo no solamente en la Argentina sino también en muchísimos lugares. Por ejemplo, en el caso de las maras centroamericanas, ves claramente que, para muchos jóvenes de los barrios marginales de El Salvador, Honduras o Guatemala, la única posibilidad de inclusión es a través de la vinculación con las maras. Eso, en términos políticos, tiene efectos dramáticos porque, por un lado, venimos de un profundo desencanto político, es decir de una crisis de legitimidad y credibilidad arrolladora que sí es común a toda América latina. Si tú revisas los datos de encuestadoras e investigaciones, te vas a dar cuenta del lugar tan deteriorado de la democracia como modelo gubernamental y de los partidos políticos. Así empezó la crisis y ahora termina de manera muy dramática hacia el poder judicial. ¿Qué quiero decir con esto? Que no solamente hay un profundo descrédito y desconfianza de los jóvenes del aparato político tradicional sino de las instancias gestoras, responsables a nivel gubernamental, del ejercicio de la Justicia. Tú vas viendo el deterioro, la degradación creciente en estos niveles de confiabilidad. ¿Cómo se expresa esto en el territorio político? De distintas maneras, no hay una respuesta unívoca. Por un lado, podrías tener este abandono o repliegue de cualquier pacto social de los jóvenes, que se sitúan en ámbitos paralegales donde todo vale. Como no se tiene nada que perder, todo vale. Se pierde cualquier vínculo social con el otro. Esto, en términos políticos, más allá del efecto partidos, tiene un efecto profundo en las sociedades como las hemos conocido hasta hoy.- —Y es un terreno donde ganan espacio otros oportunistas...- —Se genera una franja donde se corre el riesgo de que los jóvenes se conviertan en carne de cañón para los ofertadores de esperanzas: neorreligiones, autoayuda, autogestión, etcétera. Políticamente, el vacío social no existe y, ante este descrédito de las instituciones normales, otras instituciones vienen a tomar su lugar. ¿Qué tipo de sociedad, políticamente hablando, vamos a tener, si estas instituciones ofertadoras de esperanza y de posibilidades de inclusión lanzan cotidianamente la consigna de que la respuesta es individual, es espiritual, es la meditación y, en última instancia, la solución depende del sujeto? Políticamente, esto es gravísimo porque lo que provoca es precisamente la idea en muchos jóvenes, que yo he podido tocar de manera muy nítida, de que ellos son los responsables de su propia pobreza, de su propia maldad y violencia, de su propia incapacidad de conseguir trabajo. Estamos viviendo políticamente un proceso muy perverso de lo que Bauman llamaría la precarización del yo. Puesto en porteño, no sería otra cosa que culpar a la propia biografía del sujeto de la posibilidad de conseguir un empleo. En las entrevistas que hice en las maquilas mexicanas, me tocó el caso de un joven que me impactó muchísimo que me decía que no conseguía trabajo porque era gordito, moreno y no hablaba inglés, lo que, en términos generales, significa que este muchacho asumía que él era el responsable de su propia bronca. Por el otro lado, en esta lógica que avanza, lo que se genera es quitarle responsabilidad al proyecto político-económico-social, apartar la culpa de las instituciones y depositarla en el sujeto. El sujeto juvenil está pagando esa deuda, y esto va a tener efectos super-perversos. Y el tercer elemento es el de una franja de jóvenes que, así como los otros pueden ser profundamente seducidos por estas instancias, también estarían esperando un detonante al cual asirse. El conflicto "electoral" de México ha detonado un movimiento juvenil de repolitización, de apoyo a la coalición del partido de López Obrador como no habíamos visto en muchísimo tiempo. Si tú haces esta segmentación para leer América latina en su conjunto, puedes entender procesos como el de los pibes chorros, el de los estudiantes en Chile, el de las maras en Centroamérica, ya no como procesos de excepcionalidad regional sino como un proceso mucho más generalizado.- —Con respecto a esa "precariedad del yo", - en San Pablo, Buenos Aires, Santiago se ven universidades de elite donde no hay lugar para los marginados ni despojados, sólo para los que mañana van a componer el mundo de los que toman decisiones. ¿Cómo piensa que va a ser la sociedad del futuro con este nivel de desigualdad?- —Estamos llegando a unos niveles de obscenidad absoluta como el que tienes cuando un estudiante llega a la universidad con un BMW mientras, por el otro lado, hay un muchacho que se está literalmente muriendo de hambre. Esto está generando una polarización social, no sólo en las ciudades, sino en la sociedad en su conjunto, donde, de manera cada vez más nítida, estamos volviendo a un conflicto de clases, aunque suene demodé. Si es que alguna vez desapareció, hoy se vuelve a agudizar de una manera muy nítida. Tienes, por ejemplo, que el 98 por ciento de los jóvenes cuenta con televisión de señal abierta pero, cuando analizas la cuestión de las nuevas tecnologías en el caso mexicano o en el colombiano, ves que el 50 por ciento de los hogares urbanos con jóvenes tienen computadora y acceso a Internet, con cifras que bajan al 0,6 por ciento en sectores rurales. Esto habla de la configuración de dos modos fundamentales de ser joven. Puesto en términos de Néstor García Canclini, están los desiguales y los iguales, los conectados y los desconectados, y los absolutamente excluidos. Creo que esto está teniendo ya efectos perversos, y que, por esta vía, podemos entender la explosión de ciertas violencias urbanas.